Unicornio y dragón

Veo en Hitomi Kanehara, una versión japonesa de la joven autora china–aunque no tan joven como Hitomi- Wei Liu, cuya novela, Shanghai baby, fue quemada en una hoguera pública por plantear abiertamente uno de los tabúes de la sociedad china: la historia de amor entre una china y un europeo. Gracias a una hazaña similar, Hitomi no fue humillada sino que obtuvo por su primera novela, Serpientes y piercings, el prestigiado premio Akutagawa en 2003, contando 20 años, y siendo la más joven -junto con otra escritora, Risa Wataya-, en recibirlo. Esta novela cuestiona –mencionándolos apenas- los atavismos de la sociedad japonesa a través de una situación, llamémosle, anómala; con una heroína ídem que tiñe de rubio su cabello y se obsesiona con la lengua de un hombre: no cualquier lengua, por supuesto.
Hitomi nació en Tokio –donde actualmente radica- el 8 de agosto de 1983, y es hija de un profesor y traductor de literatura infantil llamado Mizuhito Kanehara. A los quince años tomó la determinación de ser escritora, en la que parece haber sido respaldada por su padre. Lo que de seguro nunca imaginó el señor Kanehara, fue que el resultado sería una novela, más que polémica –porque la crítica japonesa la recibió bien, en general- tremendamente adulta: Serpientes y piercings, que parte de una circunstancia hasta cierto punto natural dentro de la cultura japonesa: el sadomasoquismo, pero desde terrenos que sí pudieran afectar a los nipones en su pudor y su apego a la tradición: la modificación del cuerpo a través de tatuajes, perforaciones y demás. De hecho, la novela sugiere que quienes se dedican a estas operaciones, como sería el caso de Shiba, uno de los personajes más impactantes que recuerdo, lo hacen en la clandestinidad más abyecta, que son una especie de criminales, y que quienes ingresan en estas cloacas se sumergen, asimismo, en una especie de pantano del que no es posible salir…no porque no se pueda, sino porque se vuelve cruelmente adictivo pues no puedes dejar de transformarte hasta dejar de ser humano, o casi; hasta transformarte en lienzo viviente; en maleable bloque de arcilla: “Lo único que quería –dice Lui, protagonista narradora- era vivir en un mundo oculto, un mundo subterráneo donde no llegase la luz del sol, ni las risas de los niños, y no hubiese canciones de amor.” (Emecé, traducción del japonés Mariko Tsujimoto, Barcelona, 2005, p. 43).
La narración en primera persona se presta a otorgarle a la trama un toque autobiográfico –la literatura japonesa no tiende tanto a eso- con el que el autor juega con lectores y críticos al gato y al ratón. La antes citada Wei Lui afirma que sus historias son reales, lo mismo otras jóvenes autoras que llamaron la atención a través de la revelación de sus secretos más sórdidos, que nadie puede jurarnos que sean absolutamente verídicos, como la quinceañera ninfómana que retrata la italiana Melissa Panarello en Cien cepilladas antes de dormir, y tuvo que firmar como Melissa P. debido a que era menor de edad al publicarse este libro. Serpientes y piercings se siente muy genuina, como lo es la gran literatura; nos hace olvidar –y he ahí otra virtud de la autora-que posiblemente se trate de una vivencia personal, y solo nos importa llegar al final para encontrarnos con el destino de una autodestructiva joven de dieciocho años que se engancha con dos hombres muy peligrosos, a cuyo mundo se ha colado sin proponérselo.
Lui, la narradora, se hace llamar así, dice ella, en honor a los bolsos Louis Vuitton y todo en ella rezuma frivolidad…hasta el momento en que reconoce sus tendencias masoquistas y ahonda en su torturada personalidad, sin remontarse a su infancia ni auto psicoanalizarse. En algún momento señala: sí, tengo familia, padre y madre…pero todos las creen sola porque estos jamás salen a relucir en sus conversaciones y salta a la vista que no hay alrededor un adulto a quien solicitarle permiso, pero tampoco rencores ni rupturas. No nos aclara cómo es que una joven, menor de edad –en Japón la mayoría de edad se alcanza, como en Estados Unidos, hasta los veintiuno- deambula por el mundo con tal libertad. La ausencia de información, lejos de afectar a la narración, le brinda al lector la oportunidad de hacerse un retrato mucho más nítido de la narradora, cuya anómala sexualidad no es otra cosa que la manifestación de esa libertad ilimitada…irresponsable o no, es lo de menos. Lo que importa para su autora es la literatura.
Asociar a Hitomi con Lui, resulta harto difícil. Lui es experta en tatuaje y en piercings, y habla de ello en término de gramos y densidades, Sus amigas se refieren a ella como “una chica mona”, lo que insinúa que se trata de una joven atractiva y a la moda. Hitomi, por su parte, es algo más que una “chica mona”. Se trata de una joven bellísima que, contrario a Lui, no luce demasiado interesada en los bolsos de marca ni, en general, en las marcas. Lui no toma un libro ni por accidente, detesta la escuela y prefiere trabajar eventualmente como azafata, a una edad en que otras chicas se recluyen en la universidad. Quizá en esto se le parezcan un poco, pues Hitmi desertó una larga temporada de la secundaria para dedicarse a leer y escribir. Resulta imposible, por otro lado, imaginarla con el cabello teñido de rubio. Lo único que casi podría jurar comparte con su personaje, es la autosuficiencia. Resulta casi una broma que tres años después de esta novela, Hitomi publicara otra titulada Autoficción, que por otro lado es el nombre que en castellano se ha dado a una corriente seguida principalmente por escritores de entre 35 y 45 años que relatan falsas autobiografías. Esta Autoficción, que no ha sido traducida al castellano, aborda los celos patológicos de Hitomi respecto a su encantador esposo Shin, y aquí sí ahonda en las biografías previas de los protagonistas y explora a ambos personajes en diversas etapas de su vida, cosa que no sucede en Serpientes y piercings.
Lo fascinante de Serpientes y piercings, es cómo la autora trastoca una situación aparentemente frívola en un descenso, no solo a las cloacas de un mundo clandestino, sino a las de la propia intimidad de un personaje femenino que no parece esperar gran cosa de la vida, a la que incluso no le preocupa gran cosa ser asesinada por alguno de los sádicos con los que se acuesta y se involucra sin pestañear con dos potenciales asesinos. Todo empieza cuando en un club “aburrido” donde la gente baila la música de siempre, se topa con un chico punk llamado Ama que le presume su lengua bífida. Lui se obsesiona no con el chico, que ni siquiera es su tipo –las “chicas monas” nunca se enamoran de punks con un dragón tatuado en la cabeza y un mechón de cabellos rojos-sino con su lengua bífida…más aún: con el dolor que habrá soportado para lograr esa radical mutación que lo animaliza. Tal es el entusiasmo -¿excitación?- manifestada por la joven, que Ama no puede sino invitarla a ingresar a su mundo, que es el mundo del artista que lo ha marcado en más de un sentido: Shiba.
La fascinación que experimenta Lui ante Ama, palidece frente a la que le hace sentir Shiba, que no solo es un hombre mayor y con experiencia, sino de aspecto más, digamos, aterrador. La chica ha acudido ante Shiba con la intención de perforarse la lengua y realizarse, además, un tatuaje que le cubra la espalda, cosa que no puede menos que sorprender al artista por tratarse de “una chica mona”. Desde el primer instante en que Lui se queda a solas con Shiba para que este inicie el proceso, largo al parecer, de perforarle la lengua –que la obligará a retornar varias veces a aquel húmedo agujero- este la hace que tengan sin necesidad de forzarla, ni siquiera de una seducción. Al parecer, la chica es sexualmente vulnerable tratándose de hombres tatuados, perforados…y entre más intimidante su aspecto, más excitante para ella. Pero mientras la relación sexual con Ama es bastante próxima a lo convencional, casi a lo anodino- la joven parece más habituada al sexo violento y no acostumbra emplear condón- Shiba saca a relucir sus tendencias sádicas y amenaza con matarla sin que ello tenga sobre Lui más efecto que incrementar su excitación. Sus descripciones del acto sexual son en extremo violentas, al grado de afirmar que el erotismo es sacrificado en honor a la crudeza. Como pudiera suponerse, en su vida cotidiana Lui se desarrolla en un ámbito bastante común y corriente y no tiene empacho, por ejemplo, en cubrirse su cabellera teñida con una peluca negra para desempeñar un trabajo serio. No le cuesta trabajo adaptarse a las normas impuestas por una sociedad tradicionalista, pero en su intimidad hace de su cuerpo un arma para sí misma y para los demás, y percibe el dolor –recibirlo básicamente- como una consecuencia válida de su libertad.
Lui sabe que Ama es capaz de matarla si se entera de su relación con Shiba, pues es bastante celoso. Shiba también es capaz de matarla…porque sí. Él se asume un poco dios porque deforma lo que Dios ha formado. De algún modo es dueño de los cuerpos que modifica y de la sangre que derrama. A él no parece importarle que Lui se acueste con Ama porque lo que quiere de ella ya lo tiene: su vida. Lui es consciente de que cada vez que ese hombre coloca sus dedos alrededor de su cuello, podría apretar hasta matarla, y a ella ya no le importa lo que ocurra después porque, sin conciencia, dice, su cuerpo ya no vale nada: “La “posesión” es más complicada de lo que creía. Los seres humanos normalmente tendemos a querer poseer tanto a personas como a objetos, lo que probablemente sea debido a ese punto sádico y masoquista que todos tenemos. El dragón y el kirin que bailaban en mi espalda ya no iban a separarse de mí. Ellos nunca me traicionarían y yo no los traicionaría a ellos. Al mirar sus rostros en el espejo me sentí más tranquila, puesto que sabía que, sin ojos, no iban a marcharse volando.” (p. 72)
La novela da un giro extraordinario justo en el clímax, cuando sucede algo que expone la vulnerabilidad espiritual de Lui que queda prácticamente a merced de Shiba, quien la sorprende con una propuesta matrimonial y un rústico anillo de compromiso forjado por él mismo. Pero este detalle, lejos de banalizar la historia, de suavizarla, intensifica la tensión y el horror. Pareciera ser que entre más convencionales se vuelven los monstruos; entre más procuran apegarse a las normas sociales, más peligrosos son. Y llega el momento en que lo único que le queda a Lui para aferrarse es el unicornio dragón – el kirin- que Shiba le ha trazado con maestría en su blanca espalda; esa criatura fantástica, hasta cierto punto inofensiva de la mitología china que, cuenta Shiba, puede llegar a resultar una maldición para quien lo tatúe. Porque acaso solo un dios es capaz de trazar criatura semejante, “Dios nos da la vida- dice Shiba- Seguro que es un sádico.” (p. 42)
Serpientes y piercings está escrita con la misma extraña y sádica sensibilidad con que Shiba traza el kirin en la espalda de Lui y se lee con la misma ansiedad con la que Lui aguarda que caigan las últimas costras del tatuaje, ansiando que este pase, por fin, a formar parte de ella. Más que una novela sobre relaciones enfermas y el papel que juega el arte o la sensibilidad artística en la resistencia al dolor físico y moral, es un tratado sobre la posesión y hasta qué punto la libertad tiene relación con poseerse uno mismo o poseer al otro y las muchas formas de posesión que pueden darse entre los seres humanos, y en ese sentido, diría la propia Lui, viene la parte triste: la melancolía de obtener lo deseado. La sensación de pérdida que procede al acto de poseer por fin lo que tanto has anhelado.
Existe una versión cinematográfica de esta novela, titulada asimismo Serpientes y piercings, dirigida por Yukio Ninagawa, afamado director –sobretodo teatral- nacido en 1935, protagonizada por una de las actrices más populares de Japón, Yukio Yoshitaka.

1 comentario:

grangarabaña dijo...

Un saludo desde la revista de literatura oriental Gran Garabaña. En nuestra primera edición tenemos un especial de literatura japonesa, esperamos tu visita y comentarios en la página www.grangarabana.com.