Al leer Mi cuerpo en tus manos (Editorial Terracota, La escritura invisible, 2009), primera novela de Rose Mary Espinosa que le llevó siete años concretar, me pregunté si los lectores latinoamericanos –no digamos ya mexicanos- estarían preparados para disfrutarla sin que el juez judeocristiano que nos habita saltara de su caja de sorpresas, sonrosado de indignación. La segunda novela de Rose Mary, Loca por mí (que desde el título es una deliciosa transgresión) me asaltaron dudas similares: en una sociedad donde las mujeres no han sido educadas para mandar sobre su sexualidad y deben cultivar la paciencia y la resignación cuando experimentan deseo por un hombre, ¿cómo recibirán a una chica tan absolutamente desenfadada y con una autoestima a prueba de balas como Beso de Ángel? Lo más insólito es que, salvo un par de referencias y el marco de una sexualidad fuera de lo común, ambas novelas son casi antítesis una de la otra. Lo que Mi cuerpo en tus manos tiene de exquisitamente poética, Loca por mí lo tiene de exquisitamente guarra (mejor término no se me ocurre, lo siento).
Su autora nació el 4 de marzo, en la Ciudad de México. El último rostro que le colocarían a la autora de estas audaces novelas, sería precisamente el de Rose Mary, de tal dulzura que ni siquiera los destellos pícaros de sus grandes ojos verdes consiguen atenuar. No, no luce como una mujer inocente –que no es sinónimo de dulzura, por mucho que el lugar común insista en asociar una cosa con otra-; bastante desenvuelta y fashion para suponerlo siquiera. Pero no es, definitivamente, la clase de mujer que uno imaginaría detrás de personajes tan, llamémosles, perversos: en cuestión de palabras que describan temperamentos sexuales, el castellano es exasperantemente limitado: otra de las reflexiones nacidas de mi lectura de la obra de esta autora definitivamente fuera de lo común en nuestro contexto.
Mi cuerpo en tus manos se sumerge en uno de los pocos tabúes que mantienen vigencia: el sadomasoquismo. Nunca lo nombra como tal, y qué bueno: habría resultado redundante (y las mentes estrechas se limitarán a preguntarse cómo puede Aurora, la narradora, tener tan poca dignidad, sin preguntarse siquiera si en el fondo no lo estará disfrutando tanto como Beso de Ángel disfruta el ejercicio sexual desenfrenado en Loca por mí, que se distingue de aquella precisamente por su elocuencia. La primera novela de Rose Mary pide a gritos dejarse arrastrar por las emociones de la protagonista y clausurar cualquier ideología o juicio moral. No es, como la calificaría alguien de alma simple, una historia sobre violencia conyugal: es muchísimo más que eso: la reconstrucción poética de una patología que recibe mil apelativos psicosociales y sin embargo no tiene nombre. Y si me obligan a ser precisa y nombrarla a pesar de todo, le pondría amor.
Mi cuerpo en tus manos es una historia de amor. Amor verdadero: perfecta sincronía de patologías llevadas al límite por sus respectivos deseosos: el poseído y el poseedor, términos empleados asimismo en el más amplio sentido del término –aquí todo es amplio, profundo, ancho, exacerbado: el título para nada es casual, ni producto de un azar poetizante. Efectivamente, estamos ante un cuerpo que carece de toda voluntad que no sean las de las manos del amante verdugo. Un objeto provisto de la capacidad para romperse en pedazos y reconstruirse una y otra vez para volver a ser roto de nuevo, hasta convertirse en algo menos frágil: una gárgola, por ejemplo. Pero una gárgola que no deja de pertenecer a ese otro al que le basta soplar para hacerla suya en más de un sentido.
Esta historia de pareja, narrada con insólitas delicadeza y ternura que pudieran espantar, insisto, a las almas simples, me trajo a la memoria el argumento de una película que sigue siendo incomparable y cuyo violento contenido amoroso atribuí en su momento a una cuestión cultural. Me refiero a la japonesa El imperio de los sentidos, donde una pareja persigue con afán el placer, dando vueltas incansablemente en torno al elemento que incrementará su placer, hasta que ella produce a él un último orgasmo que se prolongará hasta la muerte. Nadie- no yo, al menos- dudaría del gran amor de estos amantes…como tampoco dudo de que dicho sentimiento esté presente entre los amantes de Mi cuerpo en tus manos, no obstante el gran sufrimiento mutuamente infringido.
El conflicto se desarrolla con un talante que oscila entre la novela gótica –la sensación de que quien narra es un fantasma capaz de introducirse en cualquier hueco, de en todas partes-; el thriller policiaco y el suspense; tapizando la trayectoria de la narradora de huecos y silencios que resultan ser gritos; pétalos de rosa que resultan manchas de sangre y sangre que fluye como lágrimas, con idéntica por razones que van del gozo confundido con dolor, al dolor emocional de saberse atrapada en un círculo vicioso del que sin embargo no tiene la mínima intención de salir. Porque Aurora es consciente de la anomalía y sin embargo se regodea; se revuelca en ella como sobre una sábana elaborada con los diminutos fragmentos de una estatua destruida, que se incrustan vengativa y amorosamente en la piel.
Y si bien esta pareja vive inmersa en esta relación que a su vez alimenta el arte del escultor y el rencor de la artista frustrada condenada a ser musa, a su alrededor se mueven personajes tristemente habituados a la violencia, a fuerza de convivir con la prototípica música del placer fusionado con dolor; de la enfermiza euforia de aquel que sufre y lo goza, aunque procurando no rozar las colindancias de esos cuerpos que se destruyen y reconstruyen mutuamente. Cuerpos que no serían nada el uno sin el otro. Y no es que los involuntarios testigos terminen por considerarlo “normal”, sino que intuyen en “ello” algo intocable, casi sagrado de tan terrible, como todo lo intangible e innombrable; lenguaje que, señala la narradora, “(…) los dos comprendimos sin tener que hablar: la sangre, el dolor, la sorpresa, la calma; al menos en eso íbamos juntos (…)” (p. 200)
Hago hincapié en la malicia –no sé de qué otra manera nombrarla- con que Rose Mary aborda esta escabrosa historia de amor. Quiero insistir en que es una historia de amor, y que el amor no necesariamente es rosa y con final feliz. El amor admite la violencia porque los amantes la re-elaboran poéticamente y hacen de ella una especie de pacto. El lenguaje, pues, es predominantemente poético, lo que no le impide ser ágil, adictiva, hipnótica. No obstante lo anterior, Loca por mí (Grijalbo, México, 2011) se lee con mucha mayor agilidad quizá porque se encuentra en las antípodas de su antecesora. Se trata también de una historia de amor pero, como adecuadamente insinúa su título, una historia de amor protagonizada por una sola persona que percibe a sus amantes como meros instrumentos de placer, algo que sin duda escandalizará a más de uno pues, en efecto, esa es una postura típicamente hembrista (que no feminista, ojo). En alguna entrevista, Rose Mary se refirió a esta novela, en su fase de proyecto, como una historia sobre “cata de vinos y cata de amantes, como temas paralelos”.
Beso de Ángel, la protagonista, tiene algo en común con la narradora de Mi cuerpo entre tus manos, con la importante diferencia de que el gusto de Beso de Ángel por el dolor tiene que ver con el ansia de placer y no con el deseo de agradar a otro. Eso, y el lenguaje coloquial y casi humorístico con que la protagonista de Loca por mí aborda esa parafilia, la coloca en el otro extremo de la primera novela de Rose Mary.
“Por parte de dos parejas recibí, en distintos momentos, cortes prácticamente invisibles en la espalda. A ambos les temblaba la mano: uno estaba high y lo intentó con una tijerita, y el otro, un artista multimedia, que rompió una copa de cristal para ponerle “más sabor” al performance (…) Y creo que voy de mal en peor, porque no hace mucho un tipo llegó a mi casa con unas navajas de afeitar. El cutter se lo pasé primero porque era estudiante de arquitectura, pero las Gillete…”Chale”, pensé. Como no me vio muy convencida, me enseñó lo que traía en el kit de flagelación: una cuerda, algunas velas y varios ganchos de madera para colgar ropa, por si necesitábamos algo más matapasiones que las navajas.” (p.p 56 y 57)
Beso de Ángel, personaje resucitado por Rose Mary quien recurría a ella en sus colaboraciones, bajo estricto pseudónimo, en el desaparecido periódico Centro, lo que pudiéramos describir como una “salida del closet” por parte de nuestra autora. Si Beso de Ángel no despierta admiración por la libertad con la que se mueve en el mundo, sin pedir permiso ni perdón, por lo menos resultará escandalosamente simpática. En realidad, la autora se reserva varios datos que pudieran contribuir a la construcción total del personaje. Centra el interés en la intimidad de la, llamémosla, heroína; intimidad que va desde sus heterodoxa ideología –sus pensamientos se exhiben ante nosotros con las piernas abiertas, despojados del ridículo taparrabo que le impone la conciencia-consciente, es decir, nuestra acendrado judeocristianismo-hasta su menos heterodoxo estilo de vida. Más que la prototípica “chava reventada”, Beso de Ángel es una experimentadora compulsiva; una curiosa patológica; una traviesa sin remedio; subordinada a sus deseos como lo está la narradora de Mi cuerpo en tus manos a su amante. Para ella sus amantes valen en la medida de su capacidad para satisfacer sus exigentes deseos. A ella nunca la verán esperando la llamada de un galán con el que se ha acostado apenas conocerla, como sucede con las “chicas liberadas” de nuestro entorno que, liberadas y todo, no toleran la idea de haber sido “usadas”; de no haber sido “valoradas”. Eso, a Beso de Ángel, le importa un rábano. Y si no es requerida por uno lo será por otro…o ella misma saldrá a buscar acción…y cuando digo “acción” no me refiero concretamente a sexo: Beso de Ángel tiene una extraordinaria avidez por verlo y experimentarlo todo.
Beso de Ángel se declara abiertamente “zorra”. No es hipócrita. No engaña a nadie. Es tan clara para dirigirse a sus “galanes” que uno no puede evitar preguntarse si se trata de una especie de kamikaze. Pero ante Beso de Ángel, el entorno machista e hipócrita casi se arrodilla ante ella, “Tenía que quedarle claro, aunque él fuera el mamey, en mi cama la guapa y la que manda soy yo.” (p. 76)
Pero por si Beso de Ángel no resultase lo bastante emancipada, se suscitará una subversión final cuando descubre que no requiere tantos “accesorios” para obtener placer sexual; que una vez explorado y descubierto todo cuanto había que explorar y descubrir, queda un territorio misterioso que nunca la defraudará, que la conoce mejor que nadie y siempre estará disponible: su propio cuerpo. La autosuficiencia de Beso de Ángel se ve así elevada al cubo. Realiza un pacto con ella misma, su gran amor…su único amor –aunque ha llegado a amar a hombres que cuanto le enseñaron es que el sexo lo es todo-y abandona el escenario de la última aventura, que prometía ser la más alucinante de su vida, con la satisfacción de quien se ha quitado un enorme fardo de encima. Como todas las aventuras sexuales de su vida, incluida la insólita pérdida de su virginidad, Beso de Ángel ha tenido tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que quiere.
Esta autora, más audaz que simplemente provocadora, nos hace ver dos caras absolutamente transgresoras, no solo de la sexualidad, sino del sentimiento amoroso y nos pone a pensar, no sin inquietud, qué otro tabú inspirará su tercera novela. Tiene a su cargo el blog “Al desnudo” en el Universal y la columna “Lipstick en el espejo” en la revista GQ. Asimismo colabora para Día siete, Gatopardo, Letras Libres, Nexos, Reforma y El financiero.
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