Un cuaderno francés

Mi padre se alejaba, yo también. Ése era el milagro: la canción de una niña que había soltado el globo para verlo desaparecer en el cielo inmenso.
S.V
Fotografías cortesía: Bárbara Colio

La escritura de Socorro Venegas está entrañablemente ligada a la infancia, sin importar qué tan adultos sean los conflictos de sus personajes. No sólo como tema, frecuentemente como actitud, "de niña hacía dibujos y les inventaba historias- dice- No escribía, pero mis personajes dibujados vivían, amaban, se desesperaban, se violentaban en el papel."
Si partimos de esta premisa para analizar su producción cuentística, descubriremos, no sin fascinación, que sus personajes son como aquellos muñecos de papel que cobran insospechada humanidad conforme el reato avanza, característica esta, hay que aclararlo, recurrente en sus relatos pero no en su primera novela, La noche será negra y blanca (Era, México, 2009), que se distingue precisamente por una fuerte presencia de la narradora que a su vez nos instala en la carne a sus personajes. Esa suerte de hiperrealismo que impregna su cuentística, sin embargo, no es sino una de táctica para hurgar en la realidad hasta tocar un fondo no del todo definido, generado en el lector una angustia existencial en crescendo que exige una lectura cada vez más pausada, como entre párrafos minados. Esta escritora mexicana, nacida en San Luis Potosí, el 21 de agosto de 1972, aunque hasta hace muy poco vivió en Cuernavaca y actualmente radica en el Distrito Federal, ha forjado un estilo muy personal, encaminado a despertar emociones y sensaciones a través de frases abruptas y surcadas, no obstante, de una extraña ternura. La brutalidad de la revelación será atenuada –acentuada, acaso –por la intervención de la poesía que –y eso Socorro lo sabe demasiado bien… tanto que quizá en esa sapiencia radique la esencia de su prosa- está hasta donde ni siquiera Dios se atrevería:

(…)El cerdo se sacudía, pesado, horripilante con su trompa chillona. Al acercarme descubrí sus dientes amarillentos y las tetas que le colgaban: ¡era una cerda! (…) A la marrana comenzó a escurrirle lecho por el pecho, como si eso la aliviara cesó por unos momentos de chillar. (La noche será negra y blanca, p.p 20 y 21)

Socorro es una veta dorada que brilla con luz propia no obstante su discreta presencia en el medio literario mexicano, donde es más fácil toparse con vocaciones de relaciones públicas que de escritores. Su primer libro, La risa de las azucenas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002), ganó los más encendidos elogios nada menos que de Ricardo Garibay, que hizo referencia a la cualidad de la autora de fundir el realismo con lo fantástico y lo sobrenatural. El cuento que abre, y lleva el título del libro, deja en el lector un desasosiego imborrable: relata la experiencia cotidiana de una niña indígena logrando que lo ya sabido, la discriminación y la pobreza, nos indignen de nuevo, quizá como nunca antes. No nos prepara, sin embargo, para la terrible experiencia de “Lavinia”, un cuento en torno a una niña pequeña que, en su inocencia, comparte la experiencia de su secuestro. Lavinia le ha sido arrebatada a su madre de los brazos y convive largo tiempo con unos secuestradores que se rascan la cabeza tratando de decidir entre matarla o seguirla utilizando para extorsionar a sus padres. Para la niña, ese violento vaivén no es sino una variación de sus juegos cotidianos, en el que ella misma se asume verdugo de un pollito. Muy bien podría ser la metáfora de la infancia cosificada, engullida por la maldad y los intereses de los adultos. Un hecho de tan horripilante actualidad donde también se percibe la ausencia de Dios y el asomo de la poesía por encima de las más sórdidas y aberrantes situaciones. La poesía, en este caso, es lo no explícito, lo que no dicho abiertamente. Alberto Chimal destaca el talento de esta autora para trastocar bruscamente el lugar común. Respecto a la destacada participación de Socorro en la antología Apocalipsis, de Agustín Cadena, dice el propio Chimal: "(...) el acento está en la personalidad de la narradora, melancólica y dibujada con gran fuerza, y en su enfrentamiento con lo absoluto"Los niños son recurrentes en esta narrativa, acaso porque su peculiar visión del mundo otorga a la tragedia cotidiana una perspectiva harto inquietante, "Me interesó revelar algo del mundo de los niños, como encuentran siempre una salida, una manera de comunicarse, de sobrevivir", explica Socorro en entrevista con Jennifer Davis y Francie Silverman, a propósito del cuento “Ana”, incluido en el mismo libro, "(...) tenemos en México una cultura de soportar el dolor", agrega, y me pregunto si esta aseveración sería definitoria de su universo narrativo. Lo es por lo pronto del entramado de su novela La noche será negra y blanca, narrada por una joven con una historia común a cientos, miles, acaso millones de jóvenes mexicanas de provincia… hasta que el curso de su devenir como modesta reportera se ve trastocado por un cuaderno francés que el iracundo Eugenio Millá, un escritor virtualmente escondido en la pequeña ciudad donde vive Andrea, la protagonista -¿Cuernavaca?- coloca en manos de esta con la consigna: “¡escriba, coño!” Se ha especulado respecto a si se trata de una novela autobiográfica y si el escritor de rabiosos ojos azules y aquejado por un cáncer terminal es Ricardo Garibay, que en efecto tuvo un enorme peso en el descubrimiento vocacional de la joven: “Yo misma busqué el cuaderno en mis manos para sobrevivir. Me aferré a los libros, en un momento en que eran lo único que sentía que podía salvarme, justamente en la época en que en mi familia se vivía el duelo por la muerte de mi hermano pequeño: tenía 9 años y murió de leucemia. A veces hay historias, o historias de pérdidas, que siento que nunca podré dejar de contar. Creo que es porque siento que algo se me está escapando, algo que no alcanzo a comprender del todo, algo oscuro”.
Los relatos de Socorro, en efecto, escapan dramáticamente de los convencionalismos. Nos introduce al doméstico infierno de las familias bien avenidas, de los amores ilícitos, de los juegos infantiles, del orden establecido, del Paraíso, del mundito mágico del padre perpetuamente alcoholizado. José Luis Martín considera que el punto de enlace entre los cuentos de Socorro es la ceguera de los personajes ante la luz al final del túnel. Hay una desesperanza y un pesimismo desgarradores pero también una instancia propositiva que nos lleva a recorrer varios estadíos de una misma situación. Martín no exagera al referirse a La risa de las azucenas como "libro desgarrador." Detrás de todo adulto consumido por la pasión, parece decirnos Socorro, hay un niño desamparado. Detrás, incluso, de un matarife que aprende a no ver el dolor de sus víctimas, a no asociarlo con el propio y a depositar su afecto en sus cuchillos. Al grado de que su viuda, para sentir que aún lo tiene a su lado, duerme con ellos debajo de la almohada.
En 2002, Socorro ganó el Sexto Premio Nacional de Poesía y Cuento "Benemérito de América", del que se desprende la publicación de Todas las islas, libro tan breve como intenso, donde las pasiones contenidas y la variedad de personajes y escenarios esclavizan al lector, "Hay tristezas tan voluminosas que pueden aplastarnos de golpe, tristezas elefantes", dice la narradora de “Isla bermeja”, recurriendo a una imagen de la infancia no obstante ser una adúltera que, apenas fallecer su esposo, descubre, no sin asombro, la vacuidad de su pasión clandestina: se ha roto el encanto. Personajes que podrían ser representativos del vacío de una época; de esa búsqueda desesperada e inútil en un mundo de ciegos y sordos; de adultos frustrados que se buscan desesperadamente en los niños para convencerse de que no siempre fueron unos adultos dominados por sus pasiones y sus mezquinos terrores.
Socorro Venegas, por hoy madre de un hijo pequeño, fue becaria de Jóvenes Creadores del FONCA y del extinto Centro Mexicano de Escritores.Gracias a este último apoyo escribió una novela corta que, explicó en su momento, plantea una alegoría de la tragedia de Edipo en relación con su hija Antígona, "En mi historia el personaje principal es una mujer joven que trata de desentrañar la historia de su padre alcohólico, un hombre desdichado que desaparece un buen día y años después, llama a su hija por teléfono porque quiere verla." Esta novela ganaría el Premio Nacional de Novela para Ópera Prima “Carlos Fuentes” 2004 y no sería publicada hasta el 2009: La noche será negra y blanca, cuyo título, según se nos revela en las últimas páginas de la novela, fue extraído de la carta de suicidio de Gérard De Nerval. Se piensa que el tema de la búsqueda del padre, central y nodal en la obra magna de las letras mexicanas, Pedro Páramo, tiene su origen en una realidad nacional: la ausencia paterna en gran parte de los hogares mexicanos. Todavía es común que los padres, aún estando, no estén en realidad. Pero como la propia Socorro ha dicho al aludir a la tragedia griega, se trata de un conflicto tan viejo como la humanidad y cada fuga paterna carga motivos muy particulares. El caso de Andrea, la protagonista de La noche será…, es harto complejo: mucho más que una ausencia porque el padre ha dejado abierta la posibilidad de reaparecer tarde o temprano por la misma puerta por donde se marchó, y tanto ella como su madre aguardan que suceda de un momento a otro, y cada día es como si se hubiera marchado la noche anterior, aunque hayan transcurrido los años. Lo que impulsa la huída del padre del seno familiar, es la muerte tan inesperada como absurda del hijo varón, cuando apenas es un niño pequeño. Más que con Pedro Páramo, me hace evocar a Balún Canaan, de Rosario Castellanos, aunque nunca se diga en voz alta que hubiera sido preferible que muriera la niña. El hecho es que el dolor de perder al hijo varón ha sido para el padre mucho más fuerte que su deber moral para con la hija sobreviviente y la hija, si bien no parece guardarle resentimiento, desearía no tener que buscarlo jamás. Algo, sin embargo, la empuja a ir en pos de él, apenas descubrir que vive en los Estados Unidos. Algo que no entiende, porque no es amor ni nostalgia. Cuando lo consulta con el iracundo Eugenio Millá, este exclama: “No es necesario que sepa lo que le ocurre a su padre ni por qué quiere verla. Empiece ya, ¡escriba, coño! Así tendrá todas las ventajas, será usted quien decida el final.” (p. 75)Tentadora propuesta: Decidir uno mismo el final. ¿Será una de las razones por las que Andrea o la propia Socorro aceptaron, simbólicamente, su vocación de escritoras al tomar el cuaderno francés que les tendían sus respectivos maestros? ¿Para cambiar un final novelesco que, en términos de la realidad, es un punto de partida? ¿Para recordar lo que otros insisten en olvidar, como le sucede a la madre de Andrea? Eugenio Millá cambia la vida de Andrea a partir de cambiar su forma de pensar, aunque de suyo, Andrea ha mostrado ser una chica sensata, capaz de serle infiel a su novio de varios años con un pintor pero incapaz de odiar al hermano al que siempre evoca con profundo cariño y al que echa tan de menos como su madre. Un hermano que hizo llevadera la infancia de Andrea, que pudo haber sido patética, cuando no trágica, merced a un padre alcohólico que todos los días acarreaba nuevos amigos a su casa para no dejar dormir en toda la noche ni a su mujer ni a sus hijos. Cómo olvidar aquellas noches bajo las estrellas, ocultos en un gallinero, cubriéndose entre sí las risas que les incitaban los cantos desafinados del padre que, encima de todo, insistía en sacar a relucir dudosas dotes artísticas. Ese hermano con quien presenció la traumática experiencia de sacrificar a un animal porque él, como hombre, debía heredar el oficio poco noble del hermano. El que la hizo conocer el verdadero significado de aquellos pequeños ataúdes blancos de Funerarias Caronte que obsesionaban a la pequeña Andrea que no podía creer que estuvieran hechos para niños, porque los niños no mueren, considerándolos acaso parte de un juego macabro… hasta que su propio hermano hubo de ocupar uno de ellos. Indecisa en el amor pero jamás mezquina, considera que tiene muy poco para dar… para darle a ese hombre medio padre, medio maestro, medio libidinoso y terriblemente enfermo que colocó en sus manos un cuaderno francés con la impronta “¡escriba, coño!”, poco, excepto las páginas de su vida: “Hay historias que pueden arrastrarnos hasta un lugar en el que difícilmente nos reconocerían los que nos aman. Un lugar en el que nosotros tampoco reconoceríamos a nadie, donde seríamos capaces de apuñalar por la espalda, de decir cualquier cosa con tal de no perder lo que creemos que es nuestro. Yo fui y volví de ese sitio, pero no lograba sortear lo sucedido como una mujer de mundo.” (p.p 77 y 78)
¿Qué si Eugenio Millá, el iracundo, el esposo cruel… el que lo mismo reunía a su mesa a un arzobispo y a un ex gobernador sospechoso de ser aliado del narco, y ridiculizarlos a ambos sin que ninguno se diera por ofendido, es en realidad el enorme Ricardo Garibay? ¡Ojalá!, estoy segura de que se sentiría enormemente complacido con este retrato tan despiadado, tan poco enternecedor y sin embargo tan afectuoso. En todo caso, estamos ante una alumna aventajada de uno de los mejores escritores mexicanos del siglo XX, aunque, contrario a él, se le vea más bien callada….pero alerta, siempre alerta de lo que otros tienen que decir. Una escritora, sin duda. Una que a los quince años reprobó tranquilamente, y sin que le quitara el sueño, matemáticas, tres semestres seguidos, por estar escribiendo una novela mientras leía sin tregua a Marguerite Yourcenar. Actualmente escribe otra novela cuyo título tentativo será La eternidad y después, y adelanta que abordará un tema autobiográfico, “para bien o para mal, no he podido evitar tocar temas vitales al escribir”.
Tres relatos de Socorro Venegas en Ficticia
Entrevista con Socorro Venegas por Elena Méndez en Homines

1 comentario:

JD Victoria dijo...

Apreciable el libro de Socorro Venegas, aunque distante aún de la mayor intensidad alcanzada en sus relatos cortos. Un mal del cuentista que domina el trecho corto pero languidece en la larga ruta.

El libro se devora a sí mismo tratando de postergar su clímax, que nunca llega a plenitud. Como siempre con SV, se rescatan excelentes imágenes que por desgracia se ahogan en esta, aunque breve, demasiado larga novela que hubiera podido resolver mejor la misma autora en quince o veinte páginas ceñidas a las que nos tiene tan (mal) acostumbrados.

De cualquier manera, se debe saludar con entusiasmo la incursión de Venegas en el otro género narrativo, donde conseguirá (de seguro) el buen oficio que ya la ubica entre los mejores cuentistas de este país.