
De recios pómulos y almendrados ojos, “como un trébol largo donde hubiera caído el sol”, estratégico mechón plateado, Guadalupe Dueñas, de intrincados crepés y collares de perlas que daban varias vueltas a su estilizado cuello –hasta casi el estrangulamiento-; la siempre ataviada de negro, quien sabe si por que el luto le sentaba de maravilla o porque acarreaba su propia muerte en el alma, ha sido absurdamente castigada por su amistad con “la hermana incómoda” del sexenio lopezportillista, en un país donde la lealtad a las amistades inconvenientes se deplora –lo bien visto hubiera sido darse la vuelta y “si te he visto no me acuerdo”- y la grandeza, objeto más de sospecha que de admiración, se mantiene en precario equilibrio. Pocos, sin embargo, hacen hincapié en su también entrañable amistad con un autor por hoy estudiado e invocado por estudiosos y escritores de peso completo, pero ninguneado y menospreciado por entonces: Efrén Hernández, con quien Lupita guarda también más de un eco estilístico. Nada más simple que acechar la mínima falla para enarbolarla contra una trayectoria intachable... como en los cuentos de Rosario Castellanos, donde no hay pureza lo bastante antigua ante un inapropiado apretón de manos. No faltó quien fingiera demencia ante los cuatro espléndidos libros de cuentos de Guadalupe, “Lupita”, y remachara lo que entre los intelectuales se considera una actividad denigrante: su desempeño como guionista de telenovelas, en sociedad con Miguel Sabido y Ernesto Alonso, entre otras, Las momias de Guanajuato (inspirada por cierto en su cuento “Guía en la muerte”; incluido en Tiene la noche un árbol) y Carlota y Maximiliano. No ha faltado tampoco quien la aprecie en todo su valor, como el mismísimo Gustavo Sáinz, quien escribió una tesis sobre su obra… más recientemente Mario González Suárez, que la reconoce como poderosa influencia literaria al incluirla en la antología Paisajes del limbo (Tusquets, 2000). A propósito de la obra de Guadalupe, escribiría el experto Lauro Zavala: “A partir de 1970, como consecuencia de la crisis del 68, los cuentistas (mexicanos) muestran una mayor preocupación por los problemas políticos del país y por reflejar el lenguaje popular urbano sin dejar de lado el humor y la experimentación con el género fantástico; en ese periodo sobresalen, entre otros, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Elena Poniatowska y Eraclio Zepeda.” Martha Robles, menos benigna con “la Dueñas” que con otras autoras analizadas en los dos tomos de su obra ensayística La sombra fugitiva, resalta entre sus virtudes: “(…) Los cuentos de Guadalupe Dueñas tienen algo de la inventiva mexicana que introduce elementos exagerados para significar la importancia que lo común y a veces simple, va adquiriendo en los protagonistas al paso del tiempo.” Pertenece asimismo a aquella primera generación de autoras mexicanas que, no sin dificultades, se ganaron su derecho a ejercer profesionalmente el oficio de escritora (que, en términos sociológicos, difería del de “escritor”, más allá de la vocal adicional que algunas como Emma Godoy preferían omitir), con el “cuarto propio” que implica, entre otras Elena Garro, Inés Arredondo, Amparo Dávila, Luisa Josefina Hernández, Elena Poniatowska y María Luisa Mendoza, entre otras.



Como Rulfo, su paisano, plasmó actos de barbarie muy frecuentes en su entorno jalisciense. En “Cuento de indios”, el texto más extenso de No moriré..., expone, no sin ironía, como los machos pueblerinos preferían una hija violada a una quedada... como el padre de Engracia, que monta una farsa tragicómica para librar a esta de las crueles pullas que su avanzada doncellez incita. En “La dama gorda”, del mismo libro, lleva hasta el delirio la enfermiza curiosidad en torno a una rica dama obesa, seguida por su devoto chofer, un rubio y apuesto joven que virtualmente se la come por los ojos. El lector se verá inevitable contagiado por el grotesco morbo de la narradora que a toda costa quiere saber qué come la gorda y, posteriormente, el motivo del chofer para amarla al grado del crimen. Guadalupe especula despiadadamente en torno a sus personajes, imitando a caso el morbo suscitado por ella misma, la dama que se reunía a filosofar con Juan José Arreola, Rosario Castellanos y Pita Amor y se sometía pacientemente a los comentarios de esta, que solía comparar a Lupita con una mariposa muerta: “Juzgo la maldad de otra manera –diría paciente Lupita, mientras jugueteaba con sus perlas- como el resultado de una dosis incorrecta de virtudes (…)” (Imaginaciones, p. 29).

En lo personal, mi relato favorito de entre la producción de Guadalupe es “Carta de un aprendiz de cuentos”, en realidad cuento disfrazado de ensayo, incluido en No moriré del todo. Homenaje más que evidente a Horacio Quiroga y su decálogo del buen cuentista (hay, en este mismo libro, otros dos “homenajes”: una muy personal versión de El ruiseñor y la rosa de Oscar Wilde y una bellísima carta dirigida a Agustín Yañez firmada por Micaela Rodríguez, personaje de La creciente), “Carta a un aprendiz...” nos narra, a manera de instructivo para escribir un cuento, la conmovedora relación entre una amarga solterona irónicamente nombrada Friné –como la doncella que libra un juicio por asesinato gracias a la exposición de su bellísimo cuerpo desnudo- y un gato que insiste en hacerle compañía. Insiste, pues Friné no es un ama muy dedicada que digamos. Dueña de un amor cáustico, de una veta lovecraftiana que la lleva a montar pavorosas muertes en escenarios melancólicos, Guadalupe Dueñas fue tan discreta en su arte como en su persona, de la que tan poco se sabe hasta hoy. Se sabe que, bella como era, con pretendientes por doquier –Octavio Paz entre ellos-, optó por una rica y fructífera soltería, sola y sus collares y sus instrumentos del oficio: un poco a la manera de su muy admirada Sor Juana Inés de la Cruz. Así pues, supo mantener a raya sus pasiones privadas y transformarse en un hermoso –e incomprendido- mito.
A petición de la propia Guadalupe, que supo separar sus creencias religiosas de su obra –lo cual no impidió que se le catalogara, absurdamente, como “escritora cristiana”, sus cenizas descansan en la Basílica de Guadalupe, lo que en sí mismo es una contradicción pues los católicos consideran pecado incinerar a los muertos. Inverosímil, sin embargo, exigirle a la dama de los impecables peinados y el maquillaje perfecto dejarse almorzar por los gusanos. La contradicción, tratándose de Guadalupe, es congruencia: “Señorita escritora –se auto aconseja en “Carta a una aprendiz de cuentos”- le ruego que abrace el tema como abrazaría a su novio. Fíjese en los accidentes y en las repeticiones; juegan papel importante en la mecánica de la creación literaria. Pero no se entusiasme con los adjetivos, no los utilice sin necesidad. Si tiene la suerte de encontrar el adecuado, éste tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo…
Adelante pues…
Cuentos de Guadalupe Dueñas:
Historia de Mariquita (en audio, leído por Luz Arcelia Soriano Carranco)
El huésped (vers. PDF)
1 comentario:
Me alegro de descubrir otro blog sobre literatura. Lo leeré con atención.
Un saludo.
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