Antipoetisa

La poesía de Marianne Moore es un regalo. Uno elusivo, que se da a desear. Infelices quienes se dieron por vencidos a la primera y concluyeron, apresurados, que lo de esta mujer no era poesía, sino ciencia. No es casual la aseveración de los críticos respecto a que la poesía de Marianne era como un cuadro de Picasso. Pero con el mismo orgullo que debe haber experimentado Arturo al arrancar la espada de la piedra, el poeta W. H Auden terminó ponderándola cuando, tras mucho insistir, consiguió penetrar la belleza de sus versos, en efecto, nada dóciles, y es que, según Auden, le costaba trabajo “escuchar” aquella poesía: “(…) un verso silábico como el de Moore, que ignora los pies y los acentos para fijarse exclusivamente en el número de sílabas, resulta muy difícil de percibir para el oído inglés.”
Y continúa el gran poeta, no del todo repuesto de su desconcierto: “Antes de toparme con la poesía de Marianne Moore, conocía bien los experimentos silábicos de sucesión regular de versos de seis o doce sílabas. En cambio, un poema típico de More se compone de estrofas con versos que oscilan entre una y veinte sílabas, “(…) Lo que lleva a concluir: “Rimbaud parecía un juego de niños comparado con un fragmento como éste:

…son para mí
como el hechizado conde Gérald
convertido a sí mismo en ciervo, en
un gran gato montés de ojos
verdes. La incomodidad los hace
invisibles…

Marianne Moore es la única, junto con Emily Dickinson, que ha merecido un apelativo, quiero suponer, elogioso: “antipoetisa”. En el caso de Marianne obedecería a más de una causa. La principal: no escribe sobre asuntos que normalmente atañen a la poesía y esto pudiera deberse a su condición de bióloga graduada, algo que parece años luz lejos de la poesía. Marianne, sin embargo, nos hace ver cuán próximas se encuentran: Su pensamiento científico concilia admirablemente con su amor por la literatura y la lleva a crear algo único sin prescindir de precisión ni de emoción…porque otra cosa que caracteriza a su escritura es una perfección formal algo tajante pero no por ello inexpresiva:

Emperifollado o en cueros,
El hombre, el yo, el ser que llamamos humano, escriba
De este mundo, garabatea algo oscuro:
“Al semejante no le gusta lo semejante detestable”, y escribe
error con cuatro
erres. Entre los animales hay uno con sentido del humor.

El humor evita algunos pasos, evita años. Sabio
modesto, inconmovible, y todo emoción,
tiene un vigor inagotable
capacidad de crecer,
aunque hay pocas criaturas más capaces
acelerarnos la respiración y ponernos erguidos.
(“El pangolín”, Qué son los años, 1941)

Otra cosa en la que Auden hace hincapié, es en la rectitud e integridad de Marianne. Ejemplos de que dichs características no son inherentes al talento, los hay de sobra. Pero una poeta sin tales virtudes, insiste Auden, no habría podido escribir precisamente ese libro, “la clase de libro que yo leo”: “Leyéndola se advierte bondad de corazón… si bondad, como yo y muchos creemos, tiene relación con la observación minuciosa del otro… de los otros.” Su discurso, todavía menos pesimista que crítico, expone el dolor intrínseco ante el sufrimiento de quienes no son como los demás… quienes no son los demás. “Los otros”, los esclavos negros, la bestezuelas en especie de extinción, los héroes de guerra que honran sus cicatrices pero renuncian a corromperse. Exuda en todo momento la elegancia de la lágrima contenida, del que no por reflexivo es incapaz de abrazar con ternura. No es la de Marianne Moore poesía sentimental ni sensiblera, y sin embargo se guía por el amoroso impulso de exhibir, bellamente, el dolor que nadie quiere ver:

¡Oh corazón de hierro!
el hierro es hierro hasta que se oxida.
Jamás hubo una guerra que no fuese
Interna: debo
combatir hasta vencer en mí la
causa de la guerra, pero no la creería.
(…)
La belleza es imperecedera
Y el polvo pasajero.
(“Desconfiando de los méritos”, Sin embargo (1944)

La biografía de Marianne Moore poco importa porque ella quiso que no importara…porque no le gustaba hablar de ella, al grado de borrarse de su propia escritura, pero se sabe que nació en Kirkood, barrio periférico de St. Louis (Missouri), el 15 de noviembre de 1887. Para cuando llegó al mundo, segunda de dos hijos –tenía una hermano mayor llamado Joshua- el padre, el inventor e ingeniero John Milton Moore, acababa de sufrir una crisis nerviosa que obligó a la madre de Marianne, Mary Warner, a hacerse cargo por sí sola de sus crías. La futura poeta pasó los primeros años de su vida en la casona del abuelo materno, el reverendo John Riddle Warner, quien fungía como ministro prebisteriano de Kirkwood, donde el abuelo del poeta T. S Eliot era pastor de la Iglesia Unitaria. Poco es lo que convive Marianne con su abuelo pues muere poco antes de ingresar ella a la escuela. Una vez más se traslada junto con su madre y hermano a Carlisle, Pensilvania, donde es matriculada en el Metzer Institute. Poco, casi nada se sabe de su infancia y juventud, excepto que sus intereses oscilaban entre la biología y la pintura. Aunque muchos insisten en que arte y ciencia son irreconciliables, Marianne afirmó muchas veces que de no haber estado en un laboratorio la mayor parte de su vida., jamás habría sido poeta… no, al menos, la poeta que fue.
Por lo demás, en el Bryn Mawr College, de Pensilvania, donde se formó como científica, asistió a cursos de creación literaria. Allí, comenta la compiladora y traductora de su poesía al castellano, Olivia de Miguel, la joven Moore se sumergió en el estudio de estilistas del siglo XVII –Bacon, Browne y Hocker-; de los ritmos de la Biblia King James, las estrategias de la retórica clásica y el sermón. Aprendizaje nada desdeñable que salta a la vista. Señala De Miguel: “No olvidemos que aunque se atribuye a Eliot el redescubrimiento del siglo XVII para la generación modernista, su artículo “Metaphysical Poets” –publicado por el Times Literary Supplement (…) no aparece hasta 1921, y también son posteriores sus ensayos sobre la prosa del siglo XVII. La profesora (Georgiana Goddard King) parece haber sido también el primer vínculo entre Moore y los escritores modernistas.”
Cosa curiosa, como también nos lo hace ver De Miguel en el prólogo de Pangolines, unicornios y otros poemas (El Acantilado, Barcelona, 2005), durante años en Bryn Mawt, absorta acaso en comprender el mundo a través del microscopio y de los libros, simultáneamente, Marianne dejó pasar a su celebérrima condiscípula H. D Doolittle, que sin embargo estaba destinada a su primera editora y mejor amiga de la madurez, quien a su vez recibía asiduamente a otros dos que Marianne tampoco vio: Pound y William Carlos Williams. Las relaciones públicas, parece ser, no eran su fuerte. No suelen serlo para quien sueña con alcanzar la perfección, más no la fama. Esta misma chica “distraída”, que no usaba gafas, como para quebrantar el lugar común, no tenía empacho en celebrar a todo pulmón, hasta desordenarse la trenza roja, las jugadas de los Brooklyn Dodgers. Era célebre su irredenta afición al béisbol, como años más tarde dedicaría al boxeador Muhammad Ali el poema I´m the geatest!Apenas licenciarse en Bryn Mawr, Marianne se inicia formalmente en la escritura. The Atlantic rechaza uno a uno sus poemas “cerebrales” y en última instancia decide solicitar empleo, sin éxito, en la revista Ladie´s home journal, donde no entendieron que tendría que hacer allí una bióloga. Se resigna a integrarse al cuerpo académico de la Indian School de Carlisle, Gracias a un viaje emprendido con su madre a Inglaterra y a Francia, se amplían las miras de la joven. Su destino final e ineludible: Nueva York, donde no tardaría en involucrarse con la actividad literaria y crítica de la ciudad. El mismo año de su llegada, 1915, a los veintiocho años, consigue publicar poemas en The egotist, Poetry y Others. No tardó en llamar la atención de grandes poetas, entre ellos los Pound y Williams, mismos a los que ignoró en la universidad, iniciando con ambos un intercambio epistolar que en el caso de Pound no cesaría ni durante el encarcelamiento de este. Lo que más les atraía de la poesía de Marianne era su originalidad que algunos llamaron ruptura. A través de su poesía, Marianne, más que recrear el mundo, crea otro a la medida de su perenne ejercicio de observación. No uno radicalmente distinto, sino ese que no nos hemos detenido a observar, que no hemos visto en realidad. El quid de su poesía: “jardines imaginarios con sapos de verdad”. A la usanza de los personajes de Henry James, autor que la obsesionaba, nos dice Olivia De Miguel, Marianne se reserva sus sentimientos cuanto puede porque tiene demasiados, aunque tampoco podemos calificarla de “poeta contenida” pues en ella la emotividad alcanza su máxima expresión en la descripción de los detalles: después de todo, la página en blanco no es un estadio de béisbol. A quienes le echan en cara haber desterrado el sentimiento amoroso de su poesía –a las mujeres se nos reprocha todo-, M.M parece responderles, no sin ironía: “Si me dices por qué el pantano/ parece infranqueable, entonces te/ diré qué pienso que/ puedo atravesarlo si lo intento” (“Puedo, podría, debo”, Oh, ser un dragón (1959).
Otra característica muy evidente de la poesía de Marianne, es el recurso de la intertextualidad que en cierto modo honra a la poesía con la que supuestamente ha roto vínculos: la romántica. Sin embargo, lo mismo echa mano de versos o fragmentos de grandes autores –poetas y novelistas- que de las líneas de algún artículo, incluso de conversaciones privadas, las cuales entrecomilla: “Uno de los efectos de la intertextualidad –explica De Miguel- consiste en preservar el texto antiguo en la nueva obra; pero en Moore lo citado se integra al nuevo texto y modifica sus viejos valores ofreciendo otros nuevos”. No busca ecos, a diferencia de Eliot o Pound, sino una resignificación, una apropiación que le permite equilibrar, a través de contrastes, su pensamiento con un precedente. La crítica Suzanne Clark, quien estudió el rechazo de los modernistas hacia lo sentimental, quienes hacían de esto algo casi obsceno, observó en Marianne muy manejo muy distinto de la misma negación: el empleo “democrático y antijerárquico” de las citas, de tal suerte que en su poesía esas voces anónimas entrecomilladas, entre las que destacaban dichos de su madre que Marianne recopiló en una libreta, pueden confundirse con Emerson, Tolstoi, Plinio o Henry James, sin que el más avezado lector apenas lo note:

¡Ay! Los compañeros de Ulises son ahora políticos
y viven con desenfreno hasta ahogar el sentido de la proporción,
creen que la licencia emancipa, “esclavos de aquello
a lo que están condenados”
Autores desvergonzados, totalmente corrompidos,
Malogrados como si lo íntegro
Y excepcional fueran viejas posturas pseudos elegantes (…)

Bendito sea el hombre cuya fe es distinta
de la dominante – a la que moldea “la simple apariencia
de las cosas”,
que no concibe la derrota, demasiado entregado para
desanimarse,
cuyo ojo iluminado ha visto el rato que dora la torre del sultán.
(“Bendito sea el hombre”, Como un baluarte (1956)

Marianne Moore forjó su prestigio como poeta a través de las revistas. Su primer libro demoró en publicarse porque no se interesó en ello, como si se sintiera conforme con el nivel de reconocimiento logrado. Fue Eliot el primero en sugerirle editar una compilación de su obra poética, a través de una carta fechada el 19 de abril de 1921, a lo que Marianne respondió: “Su invitación me tienta, a pesar de que sé que no tengo nada que deba aparecer en forma de libro (…) Pero tener amigos es lo más importante para mí, su aprobación es más valiosa de lo que puedo expresarle.”
Pero ese mismo años, sus amigas Winifred Elleman (Bryher) y H.D Doolittle, la convencen de publicar en Londres su primer libro titulado simplemente Poems. Tres años más tarde, The dial press le editará el segundo, Observations, acreedor al Premio Dial. En 1925 terminara ocupando la dirección de esa misma revista, cargo en el que permanecerá los siguientes cinco años, durante los cuales empieza a escribir controversiales artículos de crítica sobre literatura y artes plásticas. Su tercer libro, Selected poems, no aparecerá sino hasta 1935. El también poeta Donald Hall (1928) afirma que “cuando se aclama unánimemente a MM como una virtuosa de la técnica, no se dice lo más importante”, ¿y qué era más importante que eso, según Hall?: “su vida de soltera impecable, sin amores conocidos y su resistencia a utilizar la pasión amorosa como material poético”. ¿Por qué imagino que Marianne, ataviada con alguna de sus corbatas, habrá leído estas afirmaciones con una sonrisa entre displicente y sobria en los labios?:

Sea lo que sea es una pasión-
una demencia benigna que debería
engullir a América, alimentada de forma
opuesta al modo en que
se alimentó el Minotauro.
Es un Midas de ternura;
del corazón;
nada más. De alguien capaz
de soportar ser incomprendido-
de aceptar la censura con “nobleza
que es acción”, y que se identifica
con el entusiasmo de un pionero

sin arrogancia ni
pomposidad de raquítica
triviliadad pretenciosa.

Sea lo que sea, que viva sin
Afectación

Sí, sí, sí,

Cuando se “jubiló” como editora, obtuvo el Pullitzer con Collected poems (1951), que a su vez se hizo acreedor al Premio Nacional del Libro (1952) y al Bollingen en 1953. Publicó finalmente una docena de libros de poesía, incluyendo uno de ensayos, poco conocido, Homage to Henry James y adaptaciones a tres cuentos de Perrault: El gato con botas, La bella durmiente y La Cenicienta. Marianne Moore, en efecto, nunca se casó y entre sus escasos tesoros figuraba una pelota de béisbol autografiada por Mickey Mantle. Jamás le preocupó ocultar sus “mundanas pasiones” a los “escritores atrapados por la reputación a la hora del té”. Fue mientras presenciaba un partido en el Yankee Stadium, que sufrió el derrame cerebral del que ya no se repuso. Murió en Nueva York el 5 de febrero de 1972.

1 comentario:

Anónimo dijo...

a veces las mundanas pasiones nos dan vida, ¿no crees?