
Y continúa el gran poeta, no del todo repuesto de su desconcierto: “Antes de toparme con la poesía de Marianne Moore, conocía bien los experimentos silábicos de sucesión regular de versos de seis o doce sílabas. En cambio, un poema típico de More se compone de estrofas con versos que oscilan entre una y veinte sílabas, “(…) Lo que lleva a concluir: “Rimbaud parecía un juego de niños comparado con un fragmento como éste:
…son para mí
como el hechizado conde Gérald
convertido a sí mismo en ciervo, en
un gran gato montés de ojos
verdes. La incomodidad los hace
invisibles…

Emperifollado o en cueros,
El hombre, el yo, el ser que llamamos humano, escriba
De este mundo, garabatea algo oscuro:
“Al semejante no le gusta lo semejante detestable”, y escribe
error con cuatro
erres. Entre los animales hay uno con sentido del humor.
El humor evita algunos pasos, evita años. Sabio
modesto, inconmovible, y todo emoción,
tiene un vigor inagotable
capacidad de crecer,
aunque hay pocas criaturas más capaces
acelerarnos la respiración y ponernos erguidos.
(“El pangolín”, Qué son los años, 1941)
Otra cosa en la que Auden hace hincapié, es en la rectitud e integridad de Marianne. Ejemplos de que dichs características no son inherentes al talento, los hay de sobra. Pero una poeta sin tales virtudes, insiste Auden, no habría podido escribir precisamente ese libro, “la clase de libro que yo leo”: “Leyéndola se advierte bondad de corazón… si bondad, como yo y muchos creemos, tiene relación con la observación minuciosa del otro… de los otros.” Su discurso, todavía menos pesimista que crítico, expone el dolor intrínseco ante el sufrimiento de quienes no son como los demás… quienes no son los demás. “Los otros”, los esclavos negros, la bestezuelas en especie de extinción, los héroes de guerra que honran sus cicatrices pero renuncian a corromperse. Exuda en todo momento la elegancia de la lágrima contenida, del que no por reflexivo es incapaz de abrazar con ternura. No es la de Marianne Moore poesía sentimental ni sensiblera, y sin embargo se guía por el amoroso impulso de exhibir, bellamente, el dolor que nadie quiere ver:
¡Oh corazón de hierro!
el hierro es hierro hasta que se oxida.
Jamás hubo una guerra que no fuese
Interna: debo
combatir hasta vencer en mí la
causa de la guerra, pero no la creería.
(…)
La belleza es imperecedera
Y el polvo pasajero.
(“Desconfiando de los méritos”, Sin embargo (1944)

Por lo demás, en el Bryn Mawr College, de Pensilvania, donde se formó como científica, asistió a cursos de creación literaria. Allí, comenta la compiladora y traductora de su poesía al castellano, Olivia de Miguel, la joven Moore se sumergió en el estudio de estilistas del siglo XVII –Bacon, Browne y Hocker-; de los ritmos de la Biblia King James, las estrategias de la retórica clásica y el sermón. Aprendizaje nada desdeñable que salta a la vista. Señala De Miguel: “No olvidemos que aunque se atribuye a Eliot el redescubrimiento del siglo XVII para la generación modernista, su artículo “Metaphysical Poets” –publicado por el Times Literary Supplement (…) no aparece hasta 1921, y también son posteriores sus ensayos sobre la prosa del siglo XVII. La profesora (Georgiana Goddard King) parece haber sido también el primer vínculo entre Moore y los escritores modernistas.”
Cosa curiosa, como también nos lo hace ver De Miguel en el prólogo de Pangolines, unicornios y otros poemas (El Acantilado, Barcelona, 2005), durante años en Bryn Mawt, absorta acaso en comprender el mundo a través del microscopio y de los libros, simultáneamente, Marianne dejó pasar a su celebérrima condiscípula H. D Doolittle, que sin embargo estaba destinada a su primera editora y mejor amiga de la madurez, quien a su vez recibía asiduamente a otros dos que Marianne tampoco vio: Pound y William Carlos Williams. Las relaciones públicas, parece ser, no eran su fuerte. No suelen serlo para quien sueña con alcanzar la perfección, más no la fama. Esta misma chica “distraída”, que no usaba gafas, como para quebrantar el lugar común, no tenía empacho en celebrar a todo pulmón, hasta desordenarse la trenza roja, las jugadas de los Brooklyn Dodgers. Era célebre su irredenta afición al béisbol, como años más tarde dedicaría al boxeador Muhammad Ali el poema I´m the geatest!

Otra característica muy evidente de la poesía de Marianne, es el recurso de la intertextualidad que en cierto modo honra a la poesía con la que supuestamente ha roto vínculos: la romántica. Sin embargo, lo mismo echa mano de versos o fragmentos de grandes autores –poetas y novelistas- que de las líneas de algún artículo, incluso de conversaciones privadas, las cuales entrecomilla: “Uno de los efectos de la intertextualidad –explica De Miguel- consiste en preservar el texto antiguo en la nueva obra; pero en Moore lo citado se integra al nuevo texto y modifica sus viejos valores ofreciendo otros nuevos”. No busca ecos, a diferencia de Eliot o Pound, sino una resignificación, una apropiación que le permite equilibrar, a través de contrastes, su pensamiento con un precedente. La crítica Suzanne Clark, quien estudió el rechazo de los modernistas hacia lo sentimental, quienes hacían de esto algo casi obsceno, observó en Marianne muy manejo muy distinto de la misma negación: el empleo “democrático y antijerárquico” de las citas, de tal suerte que en su poesía esas voces anónimas entrecomilladas, entre las que destacaban dichos de su madre que Marianne recopiló en una libreta, pueden confundirse con Emerson, Tolstoi, Plinio o Henry James, sin que el más avezado lector apenas lo note:
¡Ay! Los compañeros de Ulises son ahora políticos
y viven con desenfreno hasta ahogar el sentido de la proporción,
creen que la licencia emancipa, “esclavos de aquello
a lo que están condenados”
Autores desvergonzados, totalmente corrompidos,
Malogrados como si lo íntegro
Y excepcional fueran viejas posturas pseudos elegantes (…)
Bendito sea el hombre cuya fe es distinta
de la dominante – a la que moldea “la simple apariencia
de las cosas”,
que no concibe la derrota, demasiado entregado para
desanimarse,
cuyo ojo iluminado ha visto el rato que dora la torre del sultán.
(“Bendito sea el hombre”, Como un baluarte (1956)

Pero ese mismo años, sus amigas Winifred Elleman (Bryher) y H.D Doolittle, la convencen de publicar en Londres su primer libro titulado simplemente Poems. Tres años más tarde, The dial press le editará el segundo, Observations, acreedor al Premio Dial. En 1925 terminara ocupando la dirección de esa misma revista, cargo en el que permanecerá los siguientes cinco años, durante los cuales empieza a escribir controversiales artículos de crítica sobre literatura y artes plásticas. Su tercer libro, Selected poems, no aparecerá sino hasta 1935. El también poeta Donald Hall (1928) afirma que “cuando se aclama unánimemente a MM como una virtuosa de la técnica, no se dice lo más importante”, ¿y qué era más importante que eso, según Hall?: “su vida de soltera impecable, sin amores conocidos y su resistencia a utilizar la pasión amorosa como material poético”. ¿Por qué imagino que Marianne, ataviada con alguna de sus corbatas, habrá leído estas afirmaciones con una sonrisa entre displicente y sobria en los labios?:
Sea lo que sea es una pasión-
una demencia benigna que debería
engullir a América, alimentada de forma
opuesta al modo en que
se alimentó el Minotauro.
Es un Midas de ternura;
del corazón;
nada más. De alguien capaz
de soportar ser incomprendido-
de aceptar la censura con “nobleza
que es acción”, y que se identifica
con el entusiasmo de un pionero
sin arrogancia ni
pomposidad de raquítica
triviliadad pretenciosa.
Sea lo que sea, que viva sin
Afectación
Sí, sí, sí, sí


1 comentario:
a veces las mundanas pasiones nos dan vida, ¿no crees?
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