Ese hermoso sobresalto

Para Francesca Gargallo

…justo en el umbral, el paraíso me da miedo…
G.N

Nacida en mayo de 1973, en la ciudad de México, misma que recrea con formidable estética de lo sórdido en su novela El huésped, tercera finalista del XXIII Premio Herralde de Novela (Anagrama, Narrativas hispánicas, 2006), Guadalupe Nettel es también autora de tres libros de cuentos: Juegos de artificio, Les jours fósiles, escrito este en lengua franca, la cual domina pues residió varios años en París donde cursó un doctorado y más recientemente Pétalos y otras historias incómodas (Anagrama, Narrativas hispánicas, 2008). En 1992, a los 19 años, obtuvo el Prix de la Meilleure Nouvelle en Langue Francaise para países no francófonos, de Radio France Internacionale. El huésped se publicó simultáneamente en su lengua nativa y en su lengua adoptiva (Actes Stud). Antes de El huésped, Guadalupe no había abordado su ciudad natal, según explica, porque requiere la lejanía para poder apropiarse de los elementos y reinventarlos, “La ciudad de México es particularmente monstruosa, una ciudad magmática en la que todo se transforma continuamente.”
Guadalupe es producto de esa ciudad monstruosa que forzosamente marca a sus habitantes (o huéspedes), ese mundo que no tolera a la gente normal, y del origen checo de su madre. Según sus propias palabras, tuvo una infancia “que fue como una epopeya”, no solo porque nació con un problema congénito de la visión sino porque, además, por motivos de trabajo de su padre, vivió en su ciudad natal hasta los diez años para posteriormente marcharse al sur de Francia: “Nací con un problema de la vista y por un tiempo pensamos que podía perderla; entonces era como si quisiera leer todo lo que pensaba que no iba a poder leer”. Al cobrar conciencia desde la más tierna infancia de su diferencia con respecto a los demás niños, Guadalupe creció sintiéndose un ser “fronterizo”, sentimiento que poco más tarde trasladaría a su escritura: “De chica me gustaban los relatos siniestros de Edgar Allan Poe y la literatura de terror del siglo XIX y escribir cuentos de horror sobre los niños con los que no me llevaba bien (…)” Es muy probable que estas palabras del relato “Bezoar”, incluido en Pétalos y otras historias incómodas, pronunciadas por una modelo separada del mundo por su belleza misma, encuentren un eco en el dolor de infancia que proyecta el semblante de Guadalupe: “(…) Cualquiera que haya salido de un panteón de infamia como el que conocí en mi niñez, reconocerá la sensación de alivio que produce pasar inadvertido (…)” (p. 116). Sus obsesiones televisivas de la época eran Los locos Addams y La Familia Monster, así como todo aquello que, al tiempo que reafirmaba su carácter “anormal”, la hacía parte de un mundo personal.
No me decido entre calificar a El huésped como una anti love story, o como una historia de amor que se arrincona a jirones los lugares comunes de la literatura amorosa, como un animal raro se desprende de la propia piel. Lo cierto es que se trata de un texto mucho más complejo de lo que han querido hacernos ver algunos reseñistas; tan complejo como puede serlo el de una autora que se reconoce influida por Cortázar o por el japonés Haruki Murakami, a quien homenajea en el maravilloso relato “Bonsái”, incluido en Pétalos. Lo fascinante, desde mi punto de vista, incluso más que su alucinante interpretación de los secretos de la ciudad subterránea, es el conflicto íntimo de Ana, la protagonista, quien en una frenética huída de sí misma encuentra refugio en los últimos lugares del mundo donde quisiera estar. Ni la propia Ana sabe qué nombre darle a su miedo, al que sencillamente apela como La Cosa. No se trata de un conflicto de doble personalidad sino de algo todavía peor: la falta de valor para ser quien realmente se es y asumir al verdadero yo como una amenaza latente. La negación conduce a la protagonista a un doloroso y lento proceso de despersonalización: “(…) supe que los recuerdos son semejantes a esos insectos casi vegetales que perseguimos con redes puntiagudas: cuando por fin nos pertenecen, se secan. El alfiler en medio de las dos alas las termina matando, y aunque los colores permanecen intactos, la mariposa se convierte inevitablemente en un epitafio.”
Ana es tan mediocre, al menos en apariencia, que llega a dolernos: pertenece a una familia devastada que ha iniciado su decadencia con la prematura muerte de Diego, el hijo adorado de la familia (la propia Ana forma parte activa de ese culto casi religioso, por lo que sus chispazos de odio contra el mismo al que dice adorar resultan harto inquietantes) y termina definitivamente con la huída del padre. Ana se queda a solas con su madre –“(…) encarnaba a todas las mujeres que había visto en el cine, las series de televisión, las novelas decimonónicas que nos hacían leer en la escuela. La miré extrañada como se observa a un ser ancestral, un fósil o una ruina (…)” (p. 46)-; dos virtuales desconocidas que intentan infructuosamente un acercamiento. Ana es lo que vulgarmente se conoce como un ser sin oficio ni beneficio, que ni siquiera intenta buscarle un sentido a su vida, antes bien, el sentido la busca a ella, transfigurado en un volante en el que se anuncia una institución para ciegos. De algún modo entiende que su lugar es ése, y es que Ana, sin ser ciega, deambula por la vida sin luz en la mirada. Guadalupe reconoce que ese terror de Ana hacia la ceguera es la parte más autobiográfica de la novela: “Siempre he estado amenazada por este fantasma, porque de este ojo (el izquierdo) prácticamente no veo –señala, en medio de una sonrisa apenada que hace resplandecer sus ojos verdes-. Como solo uno de mis ojos funciona bien tengo muchas posibilidades de algún día perder la vista y es algo que siempre me ha asustado. Ahí esa dualidad que veo incluso en mi cara. De niña, incluso, para hacer funcionar el ojo malo me cubrían bueno y tenía que vivir una parte del día en tinieblas y otra en la luz. Recuerdo la absoluta maravilla que era para mí quitarme el parche y mirar de pronto los detalles de las hojas, de las nubes, porque eran cosas que no podía ver durante la mitad del día.” La ceguera reaparece en el relato “Ptosis”, incluido en Pétalos y otras historias incómodas, cuyo narrador, un joven fotógrafo, se obsesiona con una misteriosa joven ciega cuya descripción correspondería con la que acaba de hacernos Guadalupe, con un plus que no se atrevió a señalar en su persona: “(…) Su párpado izquierda estaba unos tres milímetros más cerrado que el derecho. Ambos tenían una mirada soñadora, pero el izquierdo mostraba una sensualidad anormal, parecía pesarle (…)” (p. 18).
La Cosa, como Ana nombra a su verdadero yo, le ha arrebatado la capacidad de mirar fuera de sí, imbuida en los recuerdos y las imágenes que retiene con una memoria fotográfica, como avituallándose ante la posibilidad de la ceguera, de la misma forma que la Guadalupe niña ha almacenado libros. No podrá ingresar al instituto, sin embargo, en calidad de paciente, así que se coloca como lectora de los internos. De entre sus atentos escuchas sobresale el Cacho, un intruso no ciego sino cojo, y además, indigente. Él se convertirá en el mentor y guía de esa ciega emocional que es Ana. “En realidad no vemos al mundo tal y como es sino como somos nosotros” ¿Acaso Ana mira al mundo como una serie de líneas y manchones porque ella misma es un ser diluido?
Guadalupe ha declarado su obsesión por los freaks, los outsiders, los fenómenos, pero en el deslumbrante desfile circense que nos brinda El huésped, sin duda al ser más anómalo de todos es el único en apariencia normal, es decir, Ana, que no, no está loca ni ostenta una doble personalidad, simplemente se niega a sí misma y se deja arrastrar por la vorágine sin ápice de pasión por la vida; ¿qué mayor anomalía que la ausencia de la pasión, cuando hasta el cojo Cacho y el ciego Madero experimentan pasión apabullante por algo?: “El Cacho no requiere desplegar sus dotes persuasivas para convencerla de sumergirse en las cloacas de la ciudad, donde ella conocerá un nuevo mundo que demasiado pronto asumirá como suyo: ahí La Cosa se encuentra a sí misma y su ceguera halla su exacto complemento en las sombras de la clandestinidad: Ana deja de trastabillar entre la oscuridad y la inmundicia. Son esos seres del submundo los que crean caos entre los que se creen dueños de la superficie; los que sin pudor se sumergen en la mierda, literalmente hablando, para expresar su sentir en un día de elecciones.
La razón por la que El huésped presenta este inesperado guiño político, tiene su origen en el instante en que Guadalupe empieza a escribirla, en 1994: “La mayoría de los mexicanos queríamos un cambio, hacia donde fuera pero que ya no hubiera la hegemonía del PRI y teníamos una rabia acumulada por los fraudes electorales sucesivos, entonces esa rabia contenida se expresaba de esta manera: la cloaca explota con toda la inmundicia a manera de mensaje de protesta de los marginales, pero no a favor nada en particular. La literatura proselitista no me gusta, no me convence, siento que es mucho más poderosa la fuerza de las metáforas y de los mitos que el panfleto.”
Una vez que Ana le ha perdido el asco hacia la mierda y se familiariza con su textura y su olor, la revelación de su amor por el Cacho la golpeará en el rostro gracias a un incidental roce de sus dedos que le suscita “un hermoso sobresalto”. En cierto modo, pues, Ana no percibe su propia humanidad, sepultada entre las hojas de un caduco álbum familiar. No hasta que deja emerger a La Cosa, ese ser que la habita y le produce pesadillas dignas de Mondrian: “Siempre pertenecí al grupo de personas que viven fuera del sexo. Lo intuyo, lo olfateo, lo adivino, pero no lo practico. Respeto con una reverencia japonesa a todos los que frecuentan el orgasmo con la misma asiduidad con que yo tomaba café. No se trata de una postura ante la vida, cualquier persona en mi situación sabe que eso no se decide, simplemente ignoro como se hace.” (p. 187).
Guadalupe Nettel recrea una ciudad de México subterránea, cuya condición onírica, lejos de sublimar la podredumbre, la estiliza y por lo mismo la exalta. Ana es, como muchos seres que cotidianamente nos topamos en el metro, una autómata cuyo único rasgo de humanidad es el miedo por La Cosa. Como bien dice Guadalupe, la ciudad de México es espeluznante, un verdadero catálogo de monstruos, algunos de los cuales, de tan familiares, se nos vuelven imperceptibles, como sería el caso de la propia Ana. Y en medio de la fealdad que de tanto herir los ojos hace desear la ceguera… ¿se impondrá la anomalía del amor? “La ciudad que elegimos es una fachada hueca que cubre los escombros de todos nuestros temblores.”
La fijación por los freaks y la fascinación por lo horrible y lo aberrante, vuelven a tomar las riendas de la escritura de Guadalupe en su libro de relatos ganador del Premio Gilberto Owen 2007: Pétalos y otras historias incómodas.En relatos como “Bezoar”, esa fascinación llega a corromper la belleza de la protagonista, una modelo presa de una repugnante manía que puede costarle su atractivo físico (y su trabajo), como corrompe la belleza misma del texto en el relato que da título al libro y que navega en aguas escatológicas sin lindar ni por accidente el humor. El protagonista tiene “el don” de leer en los orines y excrementos que la gente deja en los retretes: “(…) Los orines que encontré eran tediosos: pequeñas borracheras verdes, sin imaginación; vejigas cansadas; algún aquelarre (…)” (p. 89). En el camino, la narradora de “Bezoar” encontrará su alma gemela: un hombre bellísimo que padece una manía complementaria con la suya y que hace de los integrantes de tan singular pareja testigos únicos de sus respectivos secretos aberrantes.
Guadalupe Nettel se reconoce sumamente interesada en el género fantástico, que por algún motivo ha pasado de moda entre los autores de su generación, sin embargo, si algo no le preocupa en lo absoluto, es justamente estar a la moda: “Nunca me he sentido muy adecuada a la sociedad, siempre me he sentido más outsider por esta historia que te cuento y otras historias familiares, entonces lo normal es que se refleje esa inadecuación en lo que escribo. Las mujeres tenemos más contacto con nuestro mundo onírico; nos nutrimos más de la intuición y de toda esta parte más volátil.”
Actualmente radica en Barcelona, donde se desempeña como traductora, reseñista y tallerista de literatura potencial (OuLiPo), técnica basada en la importancia del juego como parte de la escritura y prepara una nueva novela que transcurre entre América y Europa donde aborda el tema más difícil y entrañable de la literatura: la muerte.


Audio de entrevista con Guadalupe Nettel, aquí

1 comentario:

Guillermo Vega Zaragoza dijo...

Mi querida Eve:

Un pequeño reconocimiento, con mucho cariño.

Pase por lo suyo a:

http://ombloguismo.blogspot.com/2008/06/premio-al-esfuerzo-personal.html

Mil besos.

Guillermo Vega Z.