
En la multitud somos únicas, primeras damas confundidas con la muchedumbre.
W.G
Virginia Woolf nos hizo ver la importancia de un cuarto propio en el cabal desarrollo de la creatividad femenina. Wendy Guerra nos enseña que, ante la imposibilidad de conquistarlo, es factible inventárselo. Nacida el 11 de diciembre de 1970 en La Habana, Cuba, entre apagones de invierno y ausencia de Navidad, Wendy asegura, categórica, que sin Cuba se muere, “(…) Por eso me gusta también La Habana: ésta es la ciudad, un museo que no se ha desplomado en medio de una extraña batalla por proteger su pátina.” (Nunca fui Primera Dama, Bruguera, 2008, p. 112), de tal suerte que estamos ante uno de esos excepcionales autores que se han rehusado a abandonar la isla para poder ejercer la libertad de expresión: solita se ha dado permiso de transgredir las normas implícitas del único régimen comunista que sobrevive al siglo XXI, de tal suerte que su novela, Todos se van, ganadora del I Premio de Novela Bruguera (2006), exhibe una sociedad donde los nietos de la Revolución han de ganarse el derecho a enarbolar el pincel o la pluma desde el jardín de infancia, jalando el gatillo contra monigotes que representan al enemigo ideológico que puede ser prácticamente cualquiera –hasta el Diario de Nieve-, no exclusivamente los estadounidenses: “Vivimos ocultos en las literas, que son el monumento colectivo que adoramos en cualquier nuevo sitio en que nos hacinan. En una litera en vez de dormir dos, a veces dormimos cuatro.” (p. 138). Almohadillas sanitarias hechas a mano… manipulables y compactas como el miedo mismo, que puede meterse en el bolsillo de la camisa unisex… desodorantes improvisados… literatura “subversiva” forrada con rostros de modelos rusas o mártires revolucionarios. Wendy pasó la universidad, donde obtuvo un diplomado en Dirección de Cine, Radio y Televisión, iluminándose con luz artificial: la mitad de la literatura cubana, nos dice, rehusándose a que la declaren heroína, no existiría si sus autores no se hubieran resignado a hacerla con luz artificial.
Nieve, protagonista y alter ego de Wendy, narra su periplo desde la perspectiva de una niñita de ocho años, refugiada en un diario clandestino; la libreta roja que es virtual cuarto propio donde Nieve se da permiso de ser ella misma, en toda su magnífica rareza. La escritura le permite evadirse de la realidad sin por ello perderla de vista. Lo que Nieve hace es consignar una dolorosa cotidianidad donde por fuerza tiene que existir belleza: “Escribir el Diario en la escuela delante de todo el mundo: ni pensarlo. Ando siempre escondida con la libreta, porque ni los alumnos, ni los maestros pueden leer lo que pongo aquí. Pudiera ocurrir que me botaran de la escuela (…) Mi Diario es un lujo, mi medicina, lo que me mantiene en pie. Sin él no llega a los veinte años. Yo soy él, él es yo. Ambos sentimos desconfianza.” (p.p 139 y 144).
Wendy asegura no haber tenido problemas con la censura, no todavía. Me lo reitera cuando dos años más tarde vuelvo a entrevistarla, esta vez a propósito de su segunda novela, Nunca fui primera dama. Wendy Guerra simplemente no existe como escritora en Cuba. No para la oficialidad. Sí para sus amigos que la leen “forrada”...como a leen en China a la china Wei Hui. En los aeropuertos, eso sí, le manosean sus libros… ¡sus diarios!, lo mismo que su ropa interior, chiquitica como ella misma, a la que dedicó un extraordinario libro de poemas por cierto titulado Ropa interior, publicado también por Bruguera (2008)
La vida de Nieve habrá de dar más de un tumbo antes de regresar a los brazos de su madre; pasará incluso, tras escabullirse de la dictadura paterna, por una especie de orfanatorio y un conato de seducción lésbica.

El enclaustramiento en la propia casa, en la propia isla, le produce a Wendy una fuerte identificación con Sor Juana Inés de la Cruz, cuyos versos le son leídos por su madre: “Me gusta eso de estar amarrada y irse soltando poco a poco; entrar al claustro por volunta propia, volver a salir y en medio de la libertad tener la certeza de que el claustro sigue ahí, esperándote. Es un poco el juego de exposición y de claustro que estoy viviendo, aunque no hablo de religión sino de ideología.”
Wendy dice que los escritores cubanos que han optado por quedarse en la isla han entrenado un finísimo instinto autocensor y asegura haberlo desarrollado también: “Es duro decirlo, porque va contra mí, pero reconozco la autocensura. El libro se ha olvidado bastante de la autocensura, pero es raro.” Con todo y esto, opta por desafiarlo en Nunca fui Primera Dama, en la que ya no se puede echar mano a la atenuante de una narradora niña que no entiende muy bien lo que pasa a su alrededor. Este segundo libro de Wendy Guerra está de antemano condenado a permanecer forrado. Wendy asegura que las mujeres cubanas están más liberadas que las del resto de América Latina –a Anäis Nin, por ejemplo, no es necesario forrarla-. Su primera novela no lo refleja del todo. La segunda sí: “El machismo en Cuba –dice en la página 224 de Todos se van –está disimulado por la alta instrucción, pero ahí está amenazándote todo el tiempo, entre el juego y la realidad.” Liberadas y todo, no están exentas de caer bajo el influjo de un hombre dictatorial y manipulador como Osvaldo, el primer amor de Nieve a los diecisiete años, destacado pintor que termina exiliándose en París, olvidándose de la noviecita dejada en Cuba. Antes de esto, Osvaldo ha pretendido ejercer su autoridad sobre Nieve como antes hiciera su padre objetándole su adicción al Diario, pero el Diario, la necesidad de expresarse por escrito, siempre será más poderosa que cualquier amor. En esto, tanto Nieve, como Nadia –protagonista de Nunca fui Primera Dama- y la propia Wendy, coinciden con Anäis Nin, una de las influencias más marcadas de la autora. Lo que la narrativa de Wendy refleja es la solidaridad, esta sí atípica, entre mujeres: Nieves es rescatada de su padre por una amante de este, que a su vez fue amiga de su madre; Nieve establece una amistad entrañable con Cleo, la amante de su novio. Las cubanas, nos dice la escritora, desarrollan un fuerte complejo de Penélope: “Pienso en mi madre y mis amigas que estuvimos esperando eternamente en el aeropuerto, que como yo digo es el Triángulo de las Bermudas, donde todo mundo se va y nunca regresa.” En Cuba, como en todo el mundo… como el Diego de Nunca fui Primera Dama…siempre habrá un muchacho como Alan, uno de los personajes más entrañables de Todos se van, que defienda a la mujer de su tiempo. “Siempre escondo el diario de los hombres…” (p. 256).



Wendy Guerra está casada con el jazzista Hernán López Lossa. Parece una adolescente a la que le falta una buena cantidad de años para preocuparse por las arrugas –si es que se preocupa alguna vez-, con una energía asombrosa para divertirse y descubrir el mundo y una esbeltez más atribuible a la experiencia onírica que a algún trastorno alimenticio –el tono dorado de las mejillas, el rocío de los enormes ojos color café, indicativos de salud-, pero ella asegura que está por cumplir cuarenta años. Hasta hace poco, la casa de Wendy en La Habana, como la de Nadia, era un asilo de libros prohibidos, hasta que, también como Nadia, decidió hacer no una pira de libros, sino de forros: un acto de rebeldía no con el gobierno, sino con el miedo: “No hay dudas. Un buen libro nació para ser editado en su mercado natural, en su patria, con el sabor del origen, el olor y el tacto para el que fue pensado. El libro nació para ser leído. Pasar el dedo por el lomo desnudo y elegir que es el mandamiento para quienes deseamos escuchar y ser escuchados libremente.” (p.p 216 y 217). Piensa publicar Posar desnuda en La Habana. Diario apócrifo de Anais Nin, “sólo sé escribir poesía y diarios. No sé qué voy a hacer cuando me decida a escribir una novela tradicional”, confiesa entre risas. Diplomada en Dirección de Cine, Radio y Televisión en la Facultad de Medios de Comunicación del Instituto Superior de Arte (ISA), ha publicado los poemarios Platea a oscuras (Premio 13 de marzo, 1987, otorgado por la Universidad de la Habana) y Cabeza rapada (Premio Pinos Nuevos, 1996). Actualmente trabaja en un Diario de los años noventas que titulará Bloomers: “Va a tratarse del contraste que hubo en mis años del instituto de arte, cuando comíamos en una bandeja de aluminio, comida muy mala, y n os poníamos la misma ropa interior y hacíamos el amor todos en la piscina vacía. Cómo fuimos criados para ser una unidad, un solo ser humano…”
POEMA DE ALBIS TORRES
Ciencia ficción
Y si llegara un hombre verde
Y si llegara un hombre verde
Y si llegara un hombre verde o azul
en una nave
Qué diría de mí, tan despeinada
Sin adornos, sin gracia.
Qué diría de todos por mi culpa.
Ciencia ficción
Y si llegara un hombre verde
Y si llegara un hombre verde
Y si llegara un hombre verde o azul
en una nave
Qué diría de mí, tan despeinada
Sin adornos, sin gracia.
Qué diría de todos por mi culpa.
Web de Wendy Guerra
Artículo sobre Albis Torres
Reportaje de Wendy Guerra, Infiltrada en un prostíbulo
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