Despiertan rosas en Marbacka



Selma Lagerlöf fue la primera mujer y primer escritor sueco en ganar el Nobel de Literatura, en 1909. Invirtió el monto total del premio en recobrar la señorial casona de nombre Marbacka donde nació y transcurrió su infancia feliz y fantástica, al lado de una abuela paterna que la entretenía de sus convalecencias infantiles, provocadas por un problema en la cadera, narrándole historias sobre el glorioso pasado de su país –Suecia- en el que convergían vikingos, caballeros, supersticiones y magia: la casa de su padre, oficial jubilado de nombre Erik Gustaf Lagerlöf, puesta a la venta para pagar sus deudas con el gobierno y las consecuencias de su alcoholismo. Ni el hermano mayor de Selma, un reputado médico de nombre Johan Lagerlöf, radicado en los Estados Unidos, había logrado recuperar esta propiedad. Esta casa inspiraría el primer poema redactado por Selma, a los doce años, titulado sencillamente “Marbacka”.
Lo más probable es que aquella construcción no presentara la traza de las nostalgias de su compradora; que Marbacka, primer gran personaje de Selma Lagerlöf, permaneciera sumida en un sueño de cincuenta años, agrietada y seca… pero la prodigiosa imaginación de la dama, aunada a un carácter voluntarioso, habrá forjado el milagro de mantener congelado el tiempo, y las rosas, y los árboles y las narraciones de la abuela que ahuyentaban al invierno: arrancársela, pues, del olvido. Marabacka sería en el lugar de los reposos, el alto en el camino, fuente inagotable de inspiración.
Reproducir aquellas encantadoras narraciones que la hicieron saborear la salud y nutrieron su imaginación, son una especie de homenaje por parte de Selma Lagerlöf a su abuela, Elisabeth Maria, cuyos héroes favoritos eran los niños, los campesinos, los fantasmas y los trölls. Ella diría en su discurso de recepción del Nobel en el Hotel Magnífico, redactado a vuelapluma durante el trayecto en tren a Estocolmo: "Me subyugaban las historias sobre trölls y espíritus del agua que narraban los viejos de Värmland. Ellos me enseñaron la poesía de las rocas y los bosques negros. A través de ellos engendré a todos esos monjes y monjas pálidos, las visiones que tuvieron y las voces que oyeron. He tomado prestado su tesoro de leyendas. ¿Acaso no debo a los campesinos que peregrinaron por Jerusalén el entregarme sus hechos gloriosos? Los animales que caminan por la tierra, los pájaros en los cielos, los árboles y las flores, todos me han revelado algún secreto.”
Considerada la autora sueca más popular del mundo, desde Santa Brígida, a decir de los compiladores de Hijas del frío, relatos de escritoras nórdicas (Ediciones de la Torre, Biblioteca Nórdica, Prólogo de Lourdes Ortiz, Madrid, 1997), Selma Ottiliana Lovisa Lagerlöf nació en la provincia sueca de Värmaland, el 20 de noviembre de 1858, penúltima de cinco hermanos: Anna, Daniel, Johan y Gerda, la más pequeña y habitual compañerita de juegos de la enérgica Selma. El alcoholismo del padre, a consecuencia de la cual perdería su casa y la prematura muerte de Anna, la hermana mayor, enferma de tuberculosos, marcarían fatalmente la inocencia de Selma. Como nunca antes, se refugió en los libros de los Hermanos Grimm, Andersen, Walter Scott, Alexander Dumas, Shakespeare y Carl Michael Bellman. Pocos años más tarde, la jovencita de pálida cabellera y nariz sonrosada por culpa del frío, cursaría estudios magisteriales los cursó en la Academia Femenina de Estocolmo gracias al apoyo económico de su hermano Johan.
Desde entonces puso en práctica sus dotes de narradora para mantener la atención de sus alumnas en el Instituto Landskana, donde enseñó literatura durante diez años. Como estudiante y maestra, Selma gozaría siempre de gran popularidad y respeto entre sus condiscípulas, no solo gracias a su chispeante inteligencia sino a su gran capacidad de comprensión y ternura que la volvían depositaria de afecciones íntimas y amorosas. Tras ponerse en remate su querida Marbacka, aceptó mudarse al castillo de la baronesa Sophie Adlesperre, principal figura del movimiento feminista sueco y quien se convirtió en una especie de mecenas para la talentosa pero afligida joven. Aunque involucrada con el feminismo, Selma no militaría abiertamente a través de su escritura sino hasta la etapa última de su carrera.
En 1895, a raíz del éxito de su novela La saga de Gösta Berling, publicada en 1891, decidió consagrarse a la escritura. Selma explota un estilo peculiar en el que predomina la reescritura de leyendas y de canciones populares, mezclando fantasía y realidad sin establecer fronteras, si bien la portentosa imaginación de la autora predomine sobre las verdades instituidas. En su primera novela, narra Selma la odisea de doce caballeros encabezados por Gösta Berling, un sacerdote renegado de carácter débil pero encantador. ¿Hasta qué punto se identificaba esta maestra de secundaria con el temperamental Gösta, que posee la compasiva cara de un poeta, que combate al malvado Sintram y se enamora de la Condesa Elisabet? Aunque es difícil encontrar la traducción española de esta novela, es pertinente mencionar la versión cinematográfica de 1924, dirigida por Mauritz Siller y protagonizada por Greta Garbo. No imaginó Selma que con este libro, en el que sus críticos creyeron advertir influencia de Thomas Carlyle, renacería el romanticismo sueco de la última década del siglo XIX.
Escribiría después una novela desconcertante: Los milagros del anticristo, donde habla del socialismo en Sicilia, ciudad en la que vacacionó y la inspiraría apasionadamente. Faltaba poco para Las aventuras maravillosas de Nils, a la que por su repercusión entre los niños de la época sería oportuno nombrar como un antecedente de Harry Potter, reconocido por la propia J.K Rowling, autora de la saga del joven mago. Selma, a su vez, se inspira en las historias de animales de Rudyard Kipling. Inicialmente, el trabajo le fue comisionado a Selma como auxiliar en la enseñanza de la geografía sueca para niños para primaria. El resultado es una novela de dos volúmenes donde un adolescente haragán de catorce años es puesto a trabajar en una granja donde aprenderá la mejor lección de su vida por parte de los gansos salvajes.
Leer Las aventuras maravillosas de Nils es leer a Suecia: su estilo de vida, su historia, su temple y su pasado mágico. Al recibir el Nóbel de Literatura en 1966, el novelista japonés, Kenzaburo Oé, mencionó este libro como el que le abrió las puertas de la literatura universal. El filósofo Karl Popper, asimismo, reconocía releerlo por lo menos una vez al año, religiosamente, desde su adolescencia. Herman Hesse, por su parte, califica esta obra de “perfecta”, sin mayores aspavientos. Agrega que es Selma Lagerlöf es el único autor sueco, desde Verner v. Heidenstam, que manifiesta un aliento épico: “desde Strindberg hasta Geijerstam, son artistas que trabajan de una manera sumamente subjetiva. Hacen psicología y hacen tesis. Precisamente de eso está libre Selma Lagerlöf.”
Habrían de transcurrir cinco años, tras la concesión del Nóbel, para que a Selma se le nombrara miembro de la Academia Sueca. Eran tiempos de guerra. Una guerra que su imaginación no alcanzaba a abarcar pero cuya posibilidad, dicen, la torturaba. En medio de su depresión generada por los disturbios bélicos, escribe la novela pacifista El paria (1918). Después de 1920 concentraría toda su fuerza en apoyar la causa de las mujeres, dando inicio a su etapa autobiográfica. La historia de su vida abarcó dos volúmenes: Memorias de mi infancia y El diario de Selma Lagerlöf, muy populares en los años 30. Personalmente, atesoro los relatos de Selma más que sus novelas, recogidos en El mundo de los trölls, que hasta donde sé sólo es posible conseguir en inglés. Uno de los relatos en particular, La vieja Agneta, gira en torno a una mujer que vive sola en una cabaña al borde de un glaciar. En medio de la soledad de las montañas adquiere el hábito de hablar consigo misma hasta que un monk viene hasta ella y le demuestra que no está sola. Finalmente se quema con las velas con las que atrae a los fantasmas.
Selma nunca se casó ni tuvo hijos –no obstante su fervor por el mundo de la infancia- y mucho se especuló de su muy cercana relación con la también escritora de nacionalidad finlandesa, Sophie Elkan, quien la acompañó desde 1894 hasta la muerte de Selma. Escribió gran parte de su obra gracias a una beca concedida por el viejo rey Oscar, cuyo hijo menor era el más rendido admirador de la escritora y se decía incapaz de vivir en un mundo sin Selma Lagerlöf. Otro aspecto muy destacable de la obra de la autora sueca, es su tendencia a abordar problemas sociales como en El carretero de la muerte, su novela inmediatamente posterior a la obtención del Nóbel (1912), de la que existe también una versión cinematográfica, muy celebrada, dirigida en 1921 por Victor Sjoström. Se trata de una historia de amor en el sentido más riguroso: un amor no correspondido que, en cierto modo, remite a la indiferencia de la humanidad ante el amor infinito del crucificado. Esa es, supongo, la interpretación que Selma desearía, aunque en la actualidad podría prestarse a interpretaciones equívocas. El protagonista, David Holm, es un hombre absolutamente despreciable que, por alguna razón, causa mella en el tierno corazón de una joven novicia de nombre Edit que le ha abierto las puertas de su asilo al topárselo absolutamente borracho. Para el lector puede resultar un absoluto misterio la razón por la que Edit se enamora de David Holm, al grado de enfermar gravemente después de que este hace gala de crueldad al deshacer los remiendos que tan amorosamente ha hecho ella a su raída capa. Después de ser asesinado en una borrachera, David será llevado de la mano de George, “el carretero de la muerte”, al lecho de la agonizante Edit. Solo entonces él accederá a la grandeza del sentimiento de aquella joven y descubrirá la belleza oculta tras su propio pecho. En vida, David no ha sido capaz de advertir lo que parecía demasiado evidente: el amor puro de Edit, el sufrimiento de su mujer y la acechanza de George: “…Tú me ves y me reconoces; pero el cuerpo que tú contemplas ahora, sólo es visible a los agonizantes y a los muertos. No creas, por lo tanto, que este cuerpo no existe. Como el tuyo y como el de los demás mortales, sirve de morada a un alma; pero carece ya de peso y de solidez. Viene a ser como la imagen que mil veces has visto en un espejo, y que se hubiese salido de la luna; que pudiese hablar, ver, moverse.” (p. 44, Diana, quinta edición, México, 1964).
Aunque mucho se habla de la portentosa imaginación de Selma Lagerlöf, hay una faceta de su obra profundamente emotiva y social, íntimamente vinculada con la capacidad de la mujer para amar y perdonar, de la que se desprenden algunos de sus más entrañables relatos, como sería el caso del relato “El epitafio”, incluido en Hijas del frío, relatos de escritoras nórdicas, donde el de Selma es el único nombre familiar para los lectores hispanos y latinoamericanos (curiosamente no se incluye a la también ganadora del Nóbel, la noruega Sigrid Undset, ni a las danesas Karin Michaëlis e Isak Dinesen). “El epitafio” aborda un extraño conflicto que no desvela del todo: una mujer de nombre Ebba acaba de perder a su hijo pequeño y el marido de esta se opone a que el niño sea enterrado en el panteón familiar. Hay razones suficientes para suponer que el niño muerto era hijo biológico de Ebba, pero no de su esposo: “(…) Hace algunos años, cuando ya era una mujer casada y sensata, el amor se le vino encima. ¡Qué amor! Ni siquiera pensó un momento en controlarlo.” El relato se centra en el conflicto moral de Ebba de ganar para su hijo el derecho de reposar en el panteón familiar y llorarlo sin experimentar una sensación de ilegalidad. Resulta evidente que esta mujer carga una culpa que le impide mirar a los ojos a su esposo, quien se ha mostrado magnánimo en todo momento… excepto tratándose de los restos de “ese niño”. Es posible que junto con la primavera llegue el perdón para Ebba y el descanso para aquel niño que languideció bajo la caricia clandestina de la que se decía su madre: “(…) Es evidente que un niño como el suyo recibirá más amor muerto que vivo (…) Es sorprendente que los niños puedan amar así (…) No esta hasta ahora que (Ebba) se puede alegrar de su belleza. Puede estar sentada soñando con sus grandes ojos misteriosos.” Como bien señala Martin Lexell en la semblanza biográfica de Selma, incluida en este mismo libro, el varón no es “el malvado” en la narrativa de la autora sueca, sino el débil, el que a consecuencia de su debilidad atrae la desgracia de los seres que ama. Los niños y las mujeres son los auténticos protagonistas de su obra.
A Selma Lagerlöf la muerte la sorprendió en Finlandia, el 16 de marzo de 1940, acompañada de su inseparable Sophie, poco después de subastar su medalla de oro del premio Nóbel para reunir fondos tras la invasión de Rusia al país donde se encontraba. El infarto masivo que terminó súbitamente su vida, se ha atribuido al agobio de sus últimos días, consagrados a auxiliar y esconder refugiados judíos durante la ocupación rusa. Nelly Sachs, quien obtendría también el Nóbel treinta y tantos años después que Selma, sería una de las víctimas de los nazis a quien Selma brindaría ayuda oportuna al gestionarle la visa que le permitiría ingresar a Suecia en calidad de refugiada política. Era, después de todo, una dama entrada en años, poco más de ochenta. En la década de los noventa se publicarían dos de sus novelas inéditas, aún no traducidas al español: La leyenda de Nativity Rose y The Changelling. El premio literario más importante de su país, dotado de 100.000 coronas, lleva su nombre. La más reciente adaptación cinematográfica de un libro de Selma, ha sido la de Jerusalem, dirigida por Bille August (1996).

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