13

Los 13 son la peor edad de la mujer. Edad de la mala suerte, para la mayoría. Así me lo confirma la primera novela de Alicia Erian, Towelhead, que en castellano se publicó bajo el título Abrázame (Lumen, Barcelona, 2005, traducción de Teresa Camprodón) que refleja muy tímidamente su brutal contenido. Imposible, supongo, nombrarla con el apelativo insultante, empleado a lo largo de la narración, el más cercano, al menos, al significado textual del título: “moraca”. Towelhead se traduciría, literalmente, “cabeza de toalla”, que es como los estadounidenses se refieren a los árabes. Este título, por el que me permitiré referir a la obra de Alicia Erian (el otro es demasiado inocuo), ha generado una fuerte polémica en torno al estreno de su versión cinematográfica, dirigida y adaptada por Alan Ball, libretista asimismo de la exitosa American beauty, quien se rehusó a titularla de otro modo. La propia Alicia defendió a muerte el título en disputa. Después de leer la novela creo entender la razón: volver cotidiano el insulto le resta poder, como ha ocurrido con el término queer, que se popularizó, incluso fue adoptado por la comunidad homosexual, tras emplearse como título de una telenovela gay. El racismo es uno de los temas medulares de Towelhead, el tema, a decir de la mayoría de los críticos, al grado de opacar el que pareciera el asunto más sensible: el violento despertar sexual de su protagonista, víctima más de estrupo –seducción a una menor de edad- que de violación.

En realidad, Towelhead amerita varios niveles de lectura. Puede, incluso, leérsele como una sátira de la sociedad estadounidense; de una actitud política ante la amenaza que representa “el otro”, que es, me parece, el punto de vista elegido por el director de la película. En lo personal, me quedo con la traumática experiencia de crecer, representada por Jasira, la protagonista, quien nos hace rememorar el dolor de cabeza que representa para una niña descubrirse mujer de golpe, cuando todavía juega con muñecas.


Alicia Erian no es, como Jasira, hija de un emigrante árabe sino de uno egipcio, lo cual no representa una diferencia significativa para los americanos. Alicia también tuvo que tolerar el apelativo “cabeza de toalla”. Su madre tampoco es irlandesa, como la de Jasira, sino norteamericana. Nació en Syracuse, Nueva York y tiene estudios de literatura y escritura creativa en la SUNY Binghamton y en Vermont College. En realidad está más familiarizada con el mundo del cine que con el de la literatura. Ha adaptado libretos para Francis Ford Coppola y escribió el guión de un cortometraje titulado Hamer and advil. Publicó su primer libro, una colección de relatos titulada El lenguaje brutal del amor, que también pudo ser el título de su novela, en 2001, que obtuvo una excelente respuesta de la crítica. Actualmente vive en Brooklyn, Nueva York, con su esposo David Franklin y enseña en el Wellesley College.


“La escritura es orgánica –afirma Alicia en entrevista con Ginnie Wiehardt, de About.com- el autor no puede estar 100% de lo que sucederá a continuación…” Alicia reconoce que tiene algo de autobiográfica, pero muy poco: cuando ella tenía la edad de su heroína, sus padres también estaban separados y confiesa que temía el retorno de su padre a casa porque solía ser tan violento como el padre de Jasira: “Raras veces golpeó a mi hermano –confiesa a Wiehardt, sin perder la sonrisa –en realidad, no sé si alguna vez lo hizo. Yo era la mayor. No sé si me pegaba por eso o porque era mujer. Actualmente llevo una relación muy lejana con mi padre y mi madre, a quien veo a menudo, no deja de decir de sí misma que fue una mala madre. De cualquier forma puedo asegurarte que me encanta mi familia.”


Confiesa haber reescrito varias veces la novela, hasta que obtuvo la voz de una niña: “En realidad sufro mucho escribiendo novelas. Mi género es el relato. Para escribir Towelhead tuve que convencerme de que no se trataba de una novela, sino de un relato muy largo. También estaba lo de la voz de la narradora… a veces sonaba como de cuarenta años y tenía que re escribirlo todo.”


Es 1991, está por estallar la guerra del Golfo Pérsico. Jasira, protagonista de Towelhead, narra con candidez propia de una niña de trece años que no ha sido debidamente instruida en el arduo arte de vivir. El espejo que le devuelve una imagen distorsionada de su persona son los ojos de una madre que ha dejado de ver en ella a su pequeña hija para descubrirla, de súbito, potencial rival en amores. Jasira, quien lleva una relación cordial y casi inocente con su padrastro, que le ha enseñado como rasurarse las piernas y el pubis para que dejen de llamarla Chewbacca en el colegio, repara en la incomodidad de su madre hasta que esta decide enviarla con su padre a Texas y le dice por las claras sus motivos: “En el aeropuerto me pregunté por qué estaba preocupada mi madre. No habría podido robarle a Barry aunque lo hubiese intentado. Ella era irlandesa al cien por cien. Tenía los pómulos salidos y una preciosa nariz de punta redonda. Cuando se pintaba un poco los ojos, le brillaban y se le encendían. Me habría pasado horas cepillándole el lustroso cabello castaño, su me hubiera dejado.”


Jasira no ha hecho nada malo, pero la actitud de su madre le hace sentir que sí, que ha cometido un pecado imperdonable: crecer. Como si de una dependiera. No creo que exista momento más terrible que advertir el primer brillo de lujuria en los ojos de un adulto. Ninguna niña desea ver ese brillo y ser desterrada del seno materno como una delincuente por incitar algo tan perverso. La personalidad del padre de Jasira, vuelve todavía más tortuoso el trance, porque a este tampoco le gusta lo que ve… y lo que ve no es la niña que esperaba, sino una jovencita. Una incipiente mujer llena de misterios y necesidades que a veces encuentra repugnantes… como esa de menstruar, por ejemplo. ¿Tampones?, ¡nunca! Son para señoras casadas, dice el padre de Jasira mirándola con desaprobación, casi con desconfianza. Habrá de usar compensas, que son difíciles de encontrar en las farmacias americanas y muy incómodos. Por si no bastara, la niña deberá trabajar para costearse sus toallas mensuales. Hasta en casa Jasira se siente en territorio enemigo: sigue siendo “lo otro”, la anomalía absoluta.


El padre de Jasira, contrario a lo que pudiera pensarse, no es un personaje del todo antipático. Puede, de hecho, resultar encantador… ante otras mujeres que no sean esa hija suya, tan rara. El padre de Jasira se niega a aceptar que su hija resulte deseable a los hombres como a él le resultan otras chicas no mucho mayores que esta. No es musulmán, como pudiera suponerse, pero sí un nuevo americano que no termina de liberarse de atávicos prejuicios hacia las mujeres. El deseo de proteger a su hija, hace resurgir en él al macho aterrado ante la sexualidad femenina y, de algún modo, Jasira termina personificando a la amenaza. No una niña en peligro de ser seducida por un adulto, sino una seductora nata. Ella, sin embargo, dista de ser tan dócil como se esfuerza en aparentar… mera cuestión de sobrevivencia: “(…) Papá pensaba que yo no tenía nada privado, pero lo tenía; tenía un montón de privacidad y cuanta más privacidad tenía yo, más estúpido me parecía él.” (p.p 261 y 262).


En un arranque de… ¿culpabilidad?, el padre de Jasira la ha llevado a surtirse de sostenes, uno de para cada día de la semana, y de algún modo ella se siente querida y aceptada por un instante. El único trabajo viable para una niña de secundaria, en territorio estadounidense, es el de niñera, y sus vecinos, los Vuoso, una típica familia gringa de postal, requieren sus servicios para aplacar a su insoportable hijo de diez años, Zack, que dista de ser tan correcto como su madre y tan agradable como su padre. El simpático –y muy guapo- señor Vuoso puede ser llamado a filas de un momento a otro y de tan patriótico ha instalado la bandera estadounidense en el patio de su casa, pero le manifiesta simpatía y hasta ternura a Jasira. Zack, sin embargo, es un estuchito de monerías que no vacila en manifestarle aversión racista a su nueva niñera, llamándola con esos apelativos con los que la niña ha tenido que familiarizarse en la escuela, aunque resulte difícil. Hasta Thomas, el niño negro del salón, la llama “negrata”. Ya se cansarán. Zack también. Pero mientras, sustrae unos ejemplares de Playboy ante la atónita mirada de su niñera, cuya primera reacción es reprenderle.


Ante la ausencia de respeto de Zack, Jasira se vale de otro recurso para granjearse la amistad del mocoso: le sugiere compartir sus revistas con ella, para entender por qué le gustan tanto. Un tanto perplejo, Zack le tiende uno de aquellas revistas. Ante la visión de aquellas mujeres que parecen imposibles, Jasira experimenta emociones a un tiempo deliciosas y mortificantes. De entrada está la comodidad y ligereza con que las modelos exhiben atributos que Jasira odia en su propio cuerpo, por lo que no puede imaginarse en los zapatos de aquellas mujeres sin pudor que gozan siendo observadas por un montón de gente. En silencio casi absoluto, con la mirada fija en la foto de la mujer espectacularmente desnuda y frotando imperceptiblemente sus muslos, Jasira alcanza su primer orgasmo.


Pero Jasira pasa por el vergonzoso trance de ser emboscada por el señor Vuoso, casi con las manos en la masa, ¡hey!, ¿qué haces con mis revistas? A la niña le cuesta creer que este hombre de tierna sonrisa, que la ha abrazado como su padre no ha hecho nunca… ¡esté suscrito a Playboy! La reacción inicial del señor Vuoso es de enojo aunque, casi sin transición, pasa a la condescendencia: ¿Te gusta?, pues llévatela. En esta actitud no puede haber inocencia, aunque Jasira cree que sí. Él la abraza para subrayar la sinceridad de sus palabras y de paso le roza la cintura y los pechos. Jasira experimenta deseos de gritar, no de terror sino de placer: el señor Vuoso le gusta, aunque tenga treinta y seis años. Es tan bueno con ella… ¿qué niña de 13 no se enamoraría de alguien así?


A los 13 suele suceder también que el tacto de los adultos suele producirte “fenómenos fisiológicos” que te hacen dudar de tu cordura y, sobre todo, de tu moral. En el peor de los casos te crees enamorada porque sientes “mariposas en el estómago”. Equiparar, sin embargo, al señor Vuoso con Humbert Humbert, y a Jasira con Lolita, como hace la contratapa de la versión española, Abrázame, más que tramposo es absurdo. No es que al señor Vuoso le obsesionen las impúberes de pechos planos que juegan hula-hula: Playboy no sería, en tal caso, su lectura de cabecera. Jasira tampoco es tan maliciosa y precoz como, se supone, es la memorable ninfeta de Vladimir Nabokov. Al señor Vuoso le gusta, específicamente, esta niña de 13 que luce como de dieciséis y tiene el plus de parecerse a las mujeres del enemigo natural, la que los militares gringos violan con singular entusiasmo. A Jasira le gusta el señor Vuoso porque es guapo y porque es el único que parece tomarla en serio. Lo cierto es que Jasira es un manojo de inquietudes y no tiene a mano nadie que le diga que no es monstruo por sentirse así. Su madre casi le cuelga el teléfono cuando la llama para intentar obtener un consejo de su parte. El padre… ni hablar. Lo más cercano que tiene a una amiga es la simpática vecina embarazada, Melina, que terminará por convertirse en la madre que todas necesitamos a esa edad. No obstante, pasará un buen rato antes de que Jasira confíe a Melina lo que la atraganta… quizá cuando ya sea demasiado tarde y la vida le haya infringido la herida mortal de la adultez. Melina, sin embargo, es la primera en percibir sus inquietudes –y las del señor Vuoso, a quien tiene en la mira- y extenderle a la adolescente un libro que le revelará, por fin, que no es un monstruo: “(…) Entonces descubrí una parte sobre niños que habían hecho cosas sexuales que no querían hacer pero cuyos cuerpos se habían excitado igualmente, como el mío con el señor Vuoso. El libro decía que no era culpa mía y que yo era humana, no es una planta, y que por eso era lógico que mi cuerpo se comportara de ese modo…” (p. 322).


Más que un asunto de pederastia, Jasira enfrenta demasiado pronto el machismo, no solo el del señor Vuoso y el de su padre, también el de Thomas, de quien se hace novia para convencerse de que no es racista como los demás y quien se obsesiona con la posibilidad de que Jasira ya no sea virgen. La lección que habrá de aprender esta niña encerrada en un cuerpo de mujer, es que ese cuerpo pertenece a ella, y solo a ella, que nadie tiene derecho a hacer uso de él sin su pleno consentimiento. El respeto a una misma empieza por asumirnos dueñas de nuestro cuerpo. Será, ya lo sabemos quienes pasamos por los 13, una lección terriblemente dolorosa, la más dolorosa de su vida… aunque vista a la distancia nos incite una que otra carcajada.


Entra al web site de la película Towelhead, de Alan Bell

1 comentario:

oscar moreno dijo...

hola, quisiera empezar obviamente alagando el blog es de los pocos que he seguido en mucho tiempo. para entrar en materia deseo unfavor gigante de parte de la autora del blog o de algun lector desprevenido que lee comentarios de blogs, estoy buscando literatura en español o en portugues, (hasta en ingles) sobre mujeres feministas en paises arabes, egipto o palestino o cualquiera, puede ser pagina o blog de ellas mismas o de terceros que hablan sobre la lucha de estas mujeres, su historia y demas....
agradecido por la atencion prestada y espero una pronta respuesta
att oscar moreno