El otorgamiento del Premio Alfaguara 2004 a la colombiana Laura Restrepo simboliza la coronación a una trayectoria que, aunque loable, no terminaba de convencer a los críticos latinoamericanos, que no voltean a ver a una mujer a menos que los reflectores lo hagan primero. Delirio, la novela distinguida, es, si no la mejor de Laura, una de las mejores junto con Dulces compañías (que le mereció, entre otros premios, el Sor Juana Inés de la Cruz 1997 y el Prix France Culture a la mejor novela publicada en Francia en 1998), La multitud errante, recién publicada en México a consecuencia de un problema con los derechos de la obra, editada en 2001 en España y Argentina; Demasiados héroes, la más reciente y, en lo personal, mi favorita, y la entrañable La novia oscura (Norma, 1999), con uno de los más bellos personajes de las letras contemporáneas, una jovencita prostituta de nombre Sayonara. Ninguna de estas novelas palidece ante la obra de Gabriel García Márquez, con quien tanto se le compara en el extranjero (aunque su estilo apenas tenga algún vínculo estilístico con el del Nóbel colombiano) y resaltan en medio de una geografía literaria, la colombiana, que se caracteriza por no conocer medias tintas. O es blanca o es negra. Del realismo mágico de García Márquez pasa sin transición a la violencia explícita, no exenta de musicalidad y poesía (que pareciera una condición genética en los autores colombianos), de Fernando Vallejo y Jorge Franco. Laura ha sabido reelaborar y fusionar ambos discursos sin renegar de su irredenta admiración por el Nóbel colombiano, al que ostensiblemente niegan sus hijos ingratos, aunque declara admirar asimismo a Fernando Vallejo “la gente de mi generación caímos de rodillas y nos dimos la bendición, yo lo hago cada vez que releo a GGM.”
En Colombia, me dice Laura, todo es poético. Se trae pegada a la carne, corre por las venas, y es a través de ese nítido cristal que se contemplan la locura, la violencia y la muerte, “Fernando Vallejo, por ejemplo, narra relaciones durísimas pero a través de esa fuga redentoria que propicia el lenguaje…como si el lenguaje mismo fuera la redención del escritor….”
Por supuesto, el que tampoco emule el realismo sangriento de los autores antigarciamarquez no ha impedido que, como bien dice Alma Guillermoprieto, haya retratado como nadie la sociedad colombiana a través de un lenguaje poético, exuberante y voluptuoso no exento de desparpajo e ironía. José Saramago, que presidió el jurado del Premio Alfaguara 2006, y por quien Laura siente también verdadera devoción —el protagonista de Delirio, Aguilar, intenta justificar la repentina locura de Agustina, la mujer que ama, equiparándola con Blimunda, la vidente de Memorial del convento —destaca entre las virtudes de la novela el desentrañar lo que Colombia tiene de fascinante, “e incluso terriblemente fascinante.”
Laura Restrepo González nació en Bogotá, Colombia, en 1950 y es la mayor de dos hermanas. Pese a haber asistido apenas a la escuela, su abuelo paterno dominaba seis lenguas, y algo semejante ocurría con su padre que abandonó los estudios a los 13 años y sin embargo se convirtió en un próspero empresario. Pero los negocios forzaban al padre a viajar constantemente e insistía en viajar con su esposa e hijas, por lo que Laura y su hermana parecían condenadas a no concluir normalmente un ciclo escolar. Laura asistió a la escuela lo mismo en California que en Dinamarca. Cuando se mudaron a Madrid no fue aceptada en ninguna escuela debido a su deficiencia aritmética y otros conocimientos, por lo que tuvo oportunidad de estudiar guitarra flamenca y llevar una vida llena de música, museos y lecturas. Fue hasta la edad de 15 años, en que regresó junto con su familia a Colombia, que pudo regularizarse en sus estudios. Gracias a su gran cultura, particularmente literaria, fu admitida en la Universidad de los Andes, donde sería la alumna más joven, y obtuvo un grado en Filosofía y Letras. Fue en esa etapa que Laura empezó a cobrar esa conciencia política que la llevaría a enrolarse en la aventura que narra en su novela Demasiados héroes (Alfaguara, 2009) que ella reconoce su única obra autobiografía y en la que mantiene una conversación profundamente divertida con su hijo, adolescente entonces, y que hoy cuenta 30 años. Un antecedente de esta novela se encuentra en su primer libro, de corte periodístico, Historia de un entusiasmo (1986), que escribió mientras ejercía el periodismo en la revista Semana, donde conoció a García Márquez, y narra su experiencia como comisionada de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla M-19. Esto le valió críticas durísimas: “le cayó muy duro a mucha gente que decía que no era objetivo —explica Laura —e intenté defender la subjetividad honesta.” Se percató entonces de que solo a través de la literatura le sería posible expresar todo lo que quería, “Al investigar una historia especialmente apasionante, te encuentras de pronto con que hay partes de esa historia que no las puedes corroborar porque nadie te las dice, tú no tienes las pruebas, y sin embargo tienes la certeza de que es así. Un poco como cuando armas un rompecabezas y hay una pieza que falta pero está dibujada porque los contornos de las demás te dicen exactamente cómo es, y sin embargo en el periodismo no puedes ponerlas porque faltarías a la ética. Como periodista, siempre tuve la tentación de poner esa pieza.”
Aunque Laura ha escrito novelas con escenarios diversos como La isla de la pasión (1989) ambientada y escrita en México durante el exilio al que la forzaron las continuas amenazas de muerte tras la publicación de Historia del entusiasmo; Olor a rosas invisibles (2002), que transcurre en los Estados Unidos y la que escribe actualmente en honor a César Vallejo y transcurre en el Perú, reconoce traer a Colombia en la sangre. “Si Colombia ha sido mi obsesión es porque aquí vivo, aquí investigo, de aquí es mi gente, aquí se hace hombre mi hijo y lo que aquí ocurre me incumbe hasta la médula.” Delirio es, probablemente, la más colombiana de sus novelas, en la que, según sus propias palabras, volcó tal cual sus sueños más extravagantes. Se trata esencialmente de una historia de amor imposible, como imposibles son todos los amores en su novelística: la prostituta y el petrolero; la reportera y el ángel; el cuerdo y la loca. Delirio proyecta hacia el exterior el delirio interior que cargan los colombianos, particularmente los bogotanos —“(...) esta ciudad en guerra de todos contra todos; historia de gente a la que le venden droga adulterada en algún bar o le pegan en la cabeza para atracarla, o le hacen burundanga para obligarla a actuar contra su voluntad.” (p. 24) — y se materializa en la persona de Agustina. Ella es la locura, es el miedo, es la guerra y, sobretodo, el secreto, mientras que Aguilar, su marido, es el impotente espectador del horror que de pronto se propone rescatar el secreto de Agustina (¿incesto?) y con él, a Agustina misma. Algo así como una versión contemporánea y latinoamericana de Orfeo y Eurídice. “Los secretos no revelados implican una montaña de mentiras —señala Laura —. Los latinoamericanos siempre estamos haciendo una doble lectura y Agustina se nos pierde en ese laberinto. Susan Sontag dice que cuando padecía cáncer sufrió más por los secretos y los mitos en torno a esa enfermedad, que por la enfermedad en sí.”
Laura declara identificarse con Aguilar —aunque le costó un poco de trabajo que, de tan enamorado, no resultara bobo, dice —un doctor en literatura que trabaja como repartidor de comida para perros. El escritor, acaso también el lector, es un exiliado por naturaleza pues vive en un mundo que no le corresponde. No extraña, por tanto, que Aguilar no encuentre su lugar en una sociedad que menosprecia lo que él representa —el conocimiento, lo abstracto —y se complace en humillarlo a través de la parentela millonaria de Agustina que lo considera indigno.
Tras 20 años de trayectoria literaria y periodística, Laura entiende la condición del exilio, tanto interno como externo. La guerra, sin embargo, la ha olido, la ha sentido, la ha palpado y ha escrito sobre ella —metafóricamente en el caso de Delirio —porque apenas viviéndola es posible transformarla en poesía. No concibe la literatura sin la política, pero menos aún, la política sin la literatura, “Toda la vida he hecho política y es como hacer literatura, aunque finalmente tuve que renunciar a la una en nombre de la otra.” No obstante, se reconoce trotskista hasta la médula porque le sigue pareciendo un discurso muy lúcido, además, “es toda una estructura afectiva y sentimental... ¿cómo te la quitas?” Ese también es el tema de La multitud errante (Alfaguara, México 2010), inspirada en un hecho real sobre un albergue para prófugos –tanto de la guerrilla como de los militares-, fundada por unas monjas francesas, “Huyen de la guerra pero la llevan adentro, no han podido perdonar.” La convivencia en este recinto, por supuesto, llega a tornarse particularmente difícil, como si las ideologías no distinguieran la más grande similitud que existe entre los refugiados: todos huyen de la muerte y de la tortura, idéntica para ambos bandos: La narradora visualiza a la guerra como un gran monstruo, un solo cuerpo conformado por contrarios que se devoran entre sí y nunca termina de saciar su sed de sangre:
“(…) La guerra a todos envuelve, en un aire sucio que se cuela en toda nariz, y aunque no lo quiera, el que huye de ella se convierte a su vez en difusor (…) Cuando la guerra amaine… ¿Cuándo será ese cuándo? Ya pasó medio siglo desde aquel entonces y todavía nada; la guerra, que no cesa, cambia de cara nomás. A René Girard, quien fuera mi profesor en la universidad, le escribo diciéndole que esta violencia envolvente y recurrente es insoportable por irracional, y él me contesta que la violencia no es nunca irracional, que nadie como ella para llenarse de razones cuando quiere desencadenarse.” (p.p 30 y 31)
La multitud errante es narrada por una mujer sin nombre y sin edad, de la que sin embargo vamos conociendo datos aislados que nos la pudieran configurar como una extranjera atractiva de entre 30 y 40 años. Ella realiza una misión caritativa dentro del albergue –se llama a sí misma “enfermera de sombras”- y es la encargada de recibir y registrar a quienes van llegando, entre ellos un hombre de quien, como ella misma, nunca conoceremos su nombre, pero sí su apodo: Siete por Tres, que le viene desde que fue rescatado, siendo bebé, por una joven llamada Matilde Lina que descubrió que tenía un dedo sobrante en los pies, “…la oscura convicción de que todo lo estremecedor que la vida depara suele llegar así, de repente, y sin nombre” (p. 15)
La narradora se involucra emocionalmente con este peculiar personaje que lleva años buscando a su madre adoptiva, la misma Matilde Lina, a quien los militares raptan cuando Siete por Tres es un niño, dejándolo desamparado. Sin embargo, la pasión con que Siete por Tres busca a Matilde Lina, dista de ser la búsqueda de la madre por parte del hijo. La narradora no tarda en advertir que Siete por Tres está erótica y románticamente obsesionado por la mujer que fungió como su madre durante los primeros años de su vida, y la situación empieza a tornarse dolorosa cuando la narradora se descubre enamorada de ese hombre que ella encuentra fascinante y no parece verla sino con ojos de agradecimiento:
La multitud errante captura en forma poética y sensual uno de los episodios más cruentos de un país de por sí afectado por este tipo de circunstancias. La recreación de la más espantosa violencia sin estridencia, sin salpicones de sangre, como solo una poeta –aunque no sea este el género de Laura- es capaz de lograr. La narradora, quizá como la propia Laura, no justifica la guerra y sin embargo la comprende, la asimila…y sabe de alguna manera que algún día terminará y no queda otra que asirse a esa convicción haciendo acopio de cordura…y viviendo al máximo hasta el dolor del amor no correspondido.
Demasiados héroes es la única novela de Laura elaborada a través de diálogos, o mejor dicho: el diálogo entre una madre y un hijo; una madre, Lorenza, que le ha contado ya toda la verdad sobre su nacimiento a Mateo, su hijo adolescente, y sin embargo no tiene reparos en volver a contar cada vez que este lo requiere, y todo ello en el marco de la búsqueda de Ramón, el padre del muchachito que desapareció, no en el sentido otorgado a los secuestros de sospechosos en la Argentina del General Videla, sino en ese otro que nos incumbe sobre todo a los latinoamericanos: el padre ausente por motivos oscuros. Lorenza es una colombiana involucrada en el movimiento subversivo en la Argentina de los años setenta que buscaba contrarrestar la voraz dictadura militar y que, en medio de la aventura, se enamora de “Forcás” (Ramón), uno de sus contactos. ¿Por qué una colombiana, originaria de un país que en ese momento era por completo ajeno a las dictaduras que lastimaban a gran parte de las naciones sudamericanas? Por la misma razón que había europeos también: idealismo; deseos de reordenar el universo con la inocencia temeraria que caracteriza a los jóvenes de “los años del boom”. En medio de la pesquisa de Ramón, Lorenza le narra su peculiar historia de amor con ese hombre que no pudo sobrellevar una existencia normal de pañales y café cotidiano:
“La primera vez que sintió en carne propia, como un pinchazo, que la dictadura existía y que apretaba, la primera vez que comprobó que tras bambalinas el monstruo respiraba envenenando el aire, no fue porque viera milicos allanando una cara, o deteniendo, cuando se percató de la desaprobación y la ira con que unas personas mayores miraban a una pareja de jóvenes que se estaban besando en una de las mesas (…)Ahí supo que la dictadura no solo la ejercían los militares, sino también una parte de la población sobre la otra, y que no sólo era política sino también moral, como un agua podrida que iba impregnándolo todo, hasta los pliegues más íntimos de la vida.” (p. 81).
Laura Restrepo, que reconoce en Demasiados héroes su única novela autobiográfica –aunque a su hijo ya le había escrito un libro para niños, Las vacas comen espaguetis- vive actualmente en México…y no debiera extrañarnos, no solo porque ella ya ha vivido en plan de refugiada en este país. A Laura, la enfermera de sombras, siempre se le encuentra en los lugares que la obligan a reflexionar sobre la violencia. Alguna vez, en una entrevista que le hicieron en México, Laura respondió sin ambages: “Mírennos (a Colombia) como un espejo de lo que puede llegar a pasar; mírennos como un espejo de lo que todavía están a cambiar…”
Esto lo dijo en 2004, cuando acababa de recibir el Premio Alfaguara.
1 comentario:
Me pareció muy interesante el post; yo soy una amateur que tengo un proyecto personal (ocioso y por el puro gusto) de leer a mujeres desde una perspectiva feminista, así que me ha encantado este blog. Muchos saludos, por acá estaré pasando con frecuencia.
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