Mi tipo de feminismo callejero exige tácticas de guerrilla agresivas, velocidad, subterfugio y sorpresa…
…El feminismo contemporáneo ha intentado enterrar la galantería y la caballerosidad masculinas como reaccionarias y sexistas. Como consecuencia, el erotismo se ha resentido.
C.P
Camille Paglia se convirtió en celebridad mediática cuando increpó públicamente a Susan Sontag, quien, a decir de Camille, era una “traidora” que renegaba de sus brillantes inicios como estudiosa de la cultura pop y el feminismo, para transformarse en una teórica aburrida y políticamente correcta que, al mismo tiempo, aparentaba no serlo. Los pleitos ideológicos entre ambas feministas, que en realidad eran azuzados por una todavía joven Camille que en, en su época universitaria, creó un culto en torno a la misma a quien ahora denostaba, y una Susan que afirmaba no conocer a su detractora –pese a coincidir con ella en más de una ocasión-, hasta que la fama, buena o mala de Camille, pero fama, obligó a Susan a reconocerla con un comentario que pretendió ser insultante: “Camille debería unirse a una banda de rock”.
Ruda contra Técnica; Camille –obviamente- “la Ruda”, consigna su experiencia sontagniana, que muy a su pesar habría de marcar su ideología y su estilo, en una apasionante crítica llena de erudición y chismes, “Sontag, bloody Sontag”, recopilada en su libro Vamps and Tramps, más allá del feminismo (Valdermar/Intempestivas, traducción Santiago García, Madrid, 2001) Recrea, en tono autocrítico y autoirónico, a una joven escritora –la propia Camille- cegada por el brillo que le otorga atacar sistemáticamente al icono del feminismo estadounidense, y despertar todo tipo de reacciones, muy particularmente la atención de su odiada-admirada. “Yo soy la Sontag de los noventa”, llegó a proclamarse en algún programa sensacionalista…y esto repercutió negativamente en su reputación, pues el público pasó por alto su extraordinaria obra ensayística, crítica y periodística para ubicarla como “la rival de Susan”, peor aún, “la hermanita rebelde de Susan”. Incluso el look de Camille era la versión vamp del de Susan, con una relámpago plateado destacando en su melena oscura y un rostro artísticamente maquillado, en contraste con la hermosa cara lavada de Susan.
No puede decirse, sin embargo, que Camille esté exclusivamente obsesionada por Susan: ha arremetido también, y con particular saña, contra los teóricos franceses Jacques Lacan, Jacques Derrida y Michael Foucault que, a su manera de ver, tienen una visión muy limitada de la sexualidad. Lo plausible es que no se queda en la crítica: demuestra sin tapujos hasta qué punto la subjetividad de estos íconos les ha impedido ver más allá de lo vivido y experimentado: mirar, pues, al género humano. Lesbiana declarada desde la década de los cincuenta, cuando salir del closet era un genuino triunfo épico, Camille afirma que su valor tuvo un coste profesional: “Que alguien con mi historia agresiva y escandalosa pudiera ser llamada “homofóbica”, como ha ocurrido repetidas veces, demuestra lo demencialmente estalinista que se ha vuelto el activismos gay.” No tiene reparos en afirmar que no se lleva bien con otras lesbianas y que su vida romántica ha transcurrido, básicamente, entre mujeres bisexuales o heterosexuales…aunque su mejor amiga es una transexual se nombre Glennda Orgasm, con quien incluso participó en un polémico corto titulado Glennda y Camille van al Centro, donde mantienen una franca charla sobre sexualidad mientras caminan por la Sexta Avenida de Nueva York. Otra de sus grandes amigas es la ex modelo y actriz Lauren Hutton (¿recuerdan American gigoló, con Richard Gere), con la que también filmó un cortometraje conversacional titulado Guerra de sexos (1992). Pero además reconoce que quienes le han dado la mejor educación académica y sentimental de su vida, son los varones homosexuales. “(…) Dieron forma a mi estética, ampliaron mi visión del mundo, afilaron mi estilo conversacional y civilizaron mi brusquedad de marimacho.”
Camilla Anna Paglia nació en Endicott, Nueva York, en el seno de una familia de inmigrantes italianos, católicos practicantes, el 2 de abril de 1947, “(…) peremanecía despierta durante horas, escuchando la estridente hilaridad de las voces italianas y saboreando el intoxicante aroma del café fuerte, el whisky y el anís…”.Parece haber sido una niña feliz, excepto por los traumas que le produjeron las imágenes religiosas, genuinas obras de arte gore. Lo único que conservó de su catolicismo fue una admiración de tipo arquitectónico por sus maravillosas iglesias y una devoción más literaria que religiosa por Santa Teresa de Jesús. Camille es la alumna más aventajada de Harold Bloom, que si bien no se deshace en elogios, no niega que la admira y está de acuerdo en casi todo con ella…y viceversa. Una de las virtudes de los grandes profesores –acaso la mayor- es enorgullecerse de que aquellos alumnos que, con base en lo aprendido, construyen sus propias teorías y conjeturas. Además, como bien señala Jesús Palacios en el prólogo a la edición española de Vamps and tramps, en una época en la que nunca había sido más fácil ser bueno, se agradece la presencia de una mujer mala como Camille, “Reina del Espacio Exterior”, a la que yo denominaría también “Reina de la Heterodoxia”. No está de más mencionar que su obra maestra, Sexual Personae le costó un peregrinaje de veinte años. Antiacadémica y todo, aceptó ser publicada por la Universidad de Yale, donde cursó su doctorado. Actualmente es docente en la Universidad de Filadelfia.
Pero… ¿qué es Camille en realidad, además de una destacada ensayista y crítica con una ideología muy personal? ¿Una rompedora de tabúes? ¿Una provocadora? Quizá alguien que insiste en ver el otro lado de la moneda…y cuando ahonda en temáticas tan sensibles como el acoso sexual, hace parecer a las feministas como un montón de princesitas ingenuas…y eso es algo que sus colegas no pueden tolerar, de manera que insisten en tildarla de “antifeminista”, cuando no de “fascista”. Debemos reconocer que en su afán por poner “a salvo” a las mujeres de un posible acoso, se ha llegado a extremos verdaderamente ridículos. En el metro de la ciudad de México, por ejemplo, hay vagones especiales para mujeres. En Estados Unidos, una mínima alusión que pueda ser percibida como “sexual”, puede provocarle auténticos dolores de cabeza a un hombre (no se menciona nunca el acoso de mujer a mujer, por ejemplo). “Mi posición libertaria –escribe Camille en el artículo “En el circo no hay reglas”, incluido en Vamps and tramps – es la de que, siempre que no haya violencia física, la conducta sexual no puede y no debe ser legislada desde arriba, que toda intrusión de las figuras de autoridad en el sexo es totalitaria”.
“…El grotesco cliché del “patriarcado” debe desaparecer, o más bien ser devuelto a su aplicación original a periodos como la Roma Republicana o la Inglaterra victoriana. Lo que las feministas llaman patriarcado es simplemente civilización, un sistema abstracto diseñado por los hombres pero ampliado por las mujeres (las cursivas son mías), que ahora son copropietarias. Como un gran templo, la civilización es una estructura de género neutro que todos deberían respetar. Las feministas que parlotean sobre el patriarcado se han autoexiliado en chozas de paja.” (“En el cierco de la civilización”, Vamps & tramps, p. 78)
Más adelante, en el mismo artículo, señala: “(…) A las chicas se les enseña la mecánica de la reproducción y del intercambio sexual de una manera tan clínica como si estuvieran aprendiendo a manejar un coche o un ordenador (…) El feminismo ha construido un infierno sexual espectral en el que habitan estas muchachas; es todo su mundo cultural, una nueva religión sin dios, hecha de furia y fanatismo (…)” (p. 83)
A favor de Camille podemos decir que, en efecto, ella continuó lo que Susan Sontag abandonó a mitad del camino…aunque, pienso, no por snobismo, o por congraciarse con la intelectualidad de élite –que ha sido la acusación más reiterada de Camille contra su colega- sino para replantearse sus intereses estéticos e ideológicos, lo cual encuentro absolutamente legítimo. Camille, en cambio, no quita el dedo del renglón…y si bien hubiera podido evitar que sus discrepancias con la Sontag trascendieran el terreno del chisme de espectáculos, son tantos los méritos atribuibles a Camille como a su, llamémosle, rival ideológica. Es, además, una rara avis: una feminista militante que al mismo tiempo critica acremente las corrientes feministas que, a decir suyo, han frenado la fructificación de este movimiento en obras de calidad artística…y ha sido una académica anti academicista quien ha puesto el dedo en la llaga respecto a los intereses mezquinos ocultos tras los llamados Estudios de Género, otra de las cosas que Camille ha descalificado con argumentos que nadie se ha atrevido a refutar. Por ejemplo: ¿Por qué los llamados “Estudios de Género” excluyen de sus programas de estudio a varones que han escrito sobre el mundo femenino; algunos de manera tan abundante, incluso emancipadora como D.H Lawrence? ¿Por qué al mismo tiempo que las feministas defienden a capa y espada la plena posesión de las mujeres sobre su cuerpo, repudian cualquier manifestación de erotismo al margen de lo “políticamente correcto” decretado por ellas?
Las pobres mujeres, parece decir Camille, se liberaron del yugo de los púlpitos y los ensotanados, para terminar subyugadas a una horda de mujeres obsesionadas con la necesidad de acabar con la pornografía. Están absolutamente convencidas de que es imposible que las mujeres “normales” (¿) puedan disfrutar prácticas tan “humillantes” como las presentadas en el cine porno. “La libertad crea nuevas prisiones”, escribe Camille en un ensayo dedicado al marqués de Sade. Una de las mayores preocupaciones de las feministas es lograr la censura de la pornografía heterosexual –porque naturalmente la gay les importa un comino, y su sola existencia echa por la borda muchas de sus sesudas teorías respecto a la cosificación de las mujeres para placer exclusivo del varón- y la censura, reflexiona Camille, más allá de representar un retroceso, solo conduce a conductas clandestinas que pueden llegar a ser mucho más denigrantes para quienes, por necesidad o por mero gusto, se dedican a esta actividad, “Se ha producido una alianza increíble entre las feministas, las escuelas católicas y la extrema derecha- declara indignada para el Observer- Como consecuencia, algo muy malo ha ocurrido.
Camille señala concretamente a las feministas antiporno a ultranza Catherine McKinnon y Andrea Dworkin, a quienes burlonamente denomina “Thelma y Louise”: “…Mac Kinnon (…) es una puritana del siglo XX cuya educación (su padre fue un severo juez de Minessota, republicado conservador y episcopaliano) parece sacada directamente de Hawthorne (…) (A Dworkin) La llamo La Chica del Refriado Eterno. Es la niña lloriqueante, torpe y mofletuda del campamento de verano que siempre está derramando la leche (…) (“”Las guerras culturales”, Vamps and tramps, p.p 187 y 188) Camille no vacila en dirigir su artillería también contra aquellas que suponen que el feminismo es un coto cerrado…tanto, que solo es válido que las mujeres se amen entre sí: “…Librémonos del Feminismo de Enfermería, con su manicomio de dolores de estómago, anoréxicas, bulímicas, depresivas, víctimas de violación y supervivientes a incestos. El feminismo se ha convertido en un cajón de sastre donde montones de hermanas lloriqueantes pueden acumular sus neurosis (…) Cuando define al hombre como enemigo, el feminismo aliena a las mujeres de sus propios cuerpos” (“Las guerras culturales”, Vamps and tramps, p. 191.
Una de las cosas que Camille establece desde sus artículos –que lo mismo radiografían despiadadamente las entrañas de la academia, que realizan despiadados análisis de estrellas del espectáculo como Madonna, de la realeza, como Lady Di (¡a quien compara con una Virgen María con regusto a Rock ‘n roll!) o de la política, como Hillary Clinton, nunca exentos de admiración- y sustenta académicamente en su extraordinario libro de ensayos, Sexual personae, Arte y decadencia desde Nefertiti hasta Emily Dickinson (Valdemar, Intempestivas, Madrid, 2006, traducción dePilar Vázquez Álvarez) –es que la sexualidad y la personalidad sexual no pueden reducirse a prototipos: heterosexual, homosexual, bisexual… sino que hay una variopinta extraordinaria de formas de amar, de concebir el amor, de practicar la sexualidad y de experimentar el erotismo. Ningún libro sobre estudios de género aporta e ilumina tanto como Sexual personae, acaso porque a Camille le importa un comino congraciarse con la academia…y tampoco le importa herir la sensibilidad de algún purista cuando afirma, por ejemplo, que el muy masculino Byron es un escritor hermafrodita…o que la sacrosanta Emily Brontë, autora de Cumbres borrascosas, se identificaba con su salvaje héroe, Heathcliffe, y no con Catherine Earnshaw. De una vez por todas, Camille le arranca a esta obra maestra la etiqueta de Novela Rosa y expone el monumental temperamento masculino de la dulce Hermanita Brontë, sin que ello quiera decir que haya sido lesbiana. El género, el sexo, la orientación sexual no necesariamente tienen injerencia en una escritura. Se puede ser un homosexual como Shakespeare y escribir obras de una masculinidad arrebatadora. Del mismo modo que un homosexual como Óscar Wilde puede ostentar una exquisita escritura asimismo homosexual: nadie se atrevería a decir que escribe como mujer.
Del Marqués de Sade, por ejemplo, muchos podrían decir que es misógino, pero Camille discrepa absolutamente: “(…) Sade y (William) Blake otorgan a las mujeres la libertad sexual de los hombres. Pero, aunque respeta a sus grandes libertinas, Sade detesta a las mujeres procreadoras (…)” Camille estira los clichés al máximo. Asume que nada es absoluto, que no puede serlo…que se puede, como en el caso de Sade, ser misógino tratándose de cierto grupo de mujeres…más aún: ese grupo por él denostado, puede simbolizar algo que, en el caso concreto de Sade, un extraordinario conocedor de su propia naturaleza, tiene un sentido…y en su caso bien podría ser manifestar su anti-roussianismo (aunque era casi una moda que los autores de la época se manifestaran en contra de Rosseau, una de las mayores influencias del periodo romántico y su ya sobado “el hombre nace bueno…”, aunque a decir de Camille, “el niño santo” de Rosseau sería definitivamente anulado por el infante agresivo y ególatra de Freud quien, entre otras cosas, descubrió que los niños nacían sexuados. El mundo de Sade, retrocediendo un poco, es uno gobernado por la Madre Naturaleza, y no por Dios que ni siquiera existe. De hecho, dice Camille, ni tan en broma (considero que aquí nos propone una lectura harto interesante), podría decirse que Justine es Rousseau y Sade, Juliette. Por cierto: para Camille, hija de Sade, las feministas ortodoxas son “roussonianas”
Es mucho más fácil que se reflejen los temores sexuales, las fobias, la misoginia, la androfobia….pero la escritura, por si misma, es una manifestación erótica, y no necesariamente –casi nunca- un reflejo de la forma en que el autor o autora concibe o practica la sexualidad. Asimismo, la autora realiza un recorrido histórico muy cuidadoso en torno a la evolución –o involución – de las prácticas sexuales, para una mejor comprensión de los arquetipos de los que se vale para estudiar a los autores seleccionados. Lo apolíneo y lo dionisíaco son su punto de partida. Apolo paraliza a los seres vivientes, los transforma en objetos de arte para su particular contemplación, “fascista pero sublime”, mientras que lo dionisiaco es la irrupción de lo que ha sido reprimido. Para Camille es mucho más práctico dividir a sus objetos de estudio en “apolíneos” y “dionisiacos”, que perderse en los meandros de la persona sexuada de la que, me atrevería afirmar, ningún estudioso del género ha salido por lo menos ligeramente raspado.
Los conceptos de “masculinidad” y “feminidad”, tan mal comprendidos, tan mal estudiados y –peor aún- tan socorridos por una Sociedad cuya misión es frenar a la Naturaleza a la que percibe como el Caos, son profundamente estudiados por Camille en Sexual personae, y concluye lo que algunos intuíamos (pero ella antes que nadie): que nada tiene que ver un comportamiento con la conducta o la orientación erótica… ni siquiera con el género. Refiriéndose a Goethe, realiza una aseveración que escandalizará a muchos: “….Para apelar a la transexualidad, el arte ha de ser bisexual en su origen”. ¿Se refiere con ello a aquella célebre frase de Samuel Coleridge que trascendió gracias a una cita de Virginia Woolf en Un cuarto propio, “toda inteligencia debe ser andrógina”? Líneas adelante he dicho que Camille estira los clichés al máximo, como para ver hasta donde resisten, y esto, que se ha convertido en uno de los clichés menos tomados en serio: una mujer inteligente continúa siendo tildada de “masculina”. Pero Camille lleva este concepto al paroxismo. Se regodea en cada uno de los célebres –o no tanto- personajes literarios que se han travestido, mujeres en su gran mayoría, y realiza una exacta diferenciación entre transexualidad, sublimación, camuflaje, aunque siento que se equivoca cuando cita a Madame Bovary, quien, en efecto, usaba corbata y accesorios masculinos…pero no por alguna oscura tendencia sexual, sino porque era la moda de la época (el mismo error comete Vargas Llosa en su célebre ensayo, La orgía perpetua) La vestimenta masculina otorgaba poder a algunas mujeres reacias a la debilidad; mujeres que combatían la vulnerabilidad que suponían propia de su sexo, pero al mismo tiempo demostraban con su actitud que creían poder cambiarlo a través de un performance… y sin embargo se enamoraban fatalmente de varones, como las heroínas de Shakespeare…otras, definitivamente, necesitaban reafirmarse en tanto varones, es decir, eran casos de transexualidad…mientras que ciertos varones como el don Juan de Byron, no vacilaban en tomar ropas femeninas para acceder a lugares restringidos a su sexo –como sería el caso del serrallo-, pero no con otra finalidad que la de disfrutar el espectáculo o, de plano, sorprender a las féminas con su varonil presencia y aprovechar la confusión y excitación que ello pudiera producir. Con todo y esto, nos dice Camille, el don Juan de Byron disfruta convertirse en el juguete sexual de la jefa del serrallo, sin experimentar la necesidad de retirarse los ropajes femeninos. Lord Byron mismo sería lo que hoy denominamos “metrosexual”.
Hoy se sabe que existen los travestidos heterosexuales, y que el hecho de usar prendas femeninas los acerca eróticamente al sexo opuesto. Podría ser también el caso de George Sand, una dama heterosexual que adoraba disfrazarse de caballero (aunque, para variar, nunca se habla de las mujeres que se excitan usando trusas de varón, por ejemplo). El romanticismo, sobre el que tantos experimentan tanta nostalgia, fue el culmen de la sublimación del incesto, casi siempre entre hermano y hermana, aunque Camille no menciona la novela de Mary Shelley, Matilda, donde el amor se da entre un padre y su hija. Amores, es cierto, muy raras veces –o nunca- consumados, pero no por ello menos tormentosos y ardientes. En el tardorromantcicismo la cosa fue más allá: el amor crea entre los amantes un vacío tal, que solo el canibalismo puede volver realizable: “(…) En Baudelaire, la homosexualidad es insaciable porque es un desajuste anatómico. Pero decir que Safo (personaje de Anactoria, de Swinburne) odia porque no puede consumar de modo convencional su amor sería bastante, puesto que en Swinburne el varón y la hembra desprecian la unión sexual.”
Camille, quien ha analizado con mente más que clara los tabúes existentes, parte del tabú del incesto para explicarnos una posible razón de las formas tan torcidas en que asumimos el sentimiento amoroso…por qué el sexo estuvo completamente desligado del mismo, y cómo es que ahora prácticamente no puede hablarse de amor si no hay sexo de por medio…y como conductas como el masoquismo y el sadismo son producto del procesamiento de ciertas experiencias infantiles, y que todos, en mayor o menor medida, los ponemos en práctica en nuestras relaciones amorosas y sexuales. Aunque ella no es socióloga, sino literata, nos hace ver como estas actitudes han sido representadas en la literatura, a veces de la manera más cruda posible…y cómo no han perdido vigencia en una época tan aséptica y represiva de los sentimientos –más que de los impulsos- como la nuestra, tan necesitada de redescubrir la Naturaleza.
Por otra parte, la masculinidad puede ser sinónimo de debilidad, como en los varones patéticos de Wordsworth (que no, no era homosexual)...o la feminidad representada como el máximo símbolo de la fuerza y el poder como en la antes citada Safo de Swinburne o los personajes femeninos de Balzac como La prima Bette. A través del estudio de la representación de la “persona sexual” en la literatura, y una comparación entre lo que sus autores quisieron decir y la biografía de los propios autores, Camille derriba un tabú pero también un mito. El tabú de que la crítica literaria debe restringirse a un análisis de la obra y a la época en que fue escrita…y el mito de que los hombres escriben como hombres, las mujeres como mujeres, los gays como gays, etcétera, etcétera..
“Quiero un feminismo revampirizado”, afirma la propia Camille, realizando un juego entre los términos “Vamp” (vampiresa” y “revamp” (renovar, modernizar). Luego de leerla, de enojarnos un poquito con ella, de reconocer que –como diría otra feminista pro-pornografía, Sally Tisdale- lo mismo puede gustarnos que nos abran la puerta del auto y que nos hablen sucio al oído- y de carcajearnos con su hilarante sabiduría, no podremos evitar amarla…y querer lo mismo que ella.